Del Comentario
Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en Él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras. (4:13-18)
Pablo escribió esta sección de su epístola para aliviar la pena y la confusión de los tesalonicenses. Le preocupaba la ignorancia de ellos acerca de los que duermen y que se entristecieran así como los otros que no tienen esperanza. Como su pena estaba basada en la ignorancia, él los consoló dándoles conocimiento.
La frase “tampoco queremos, hermanos, que ignoréis” o su equivalente, suele presentar un tema nuevo en las epístolas de Pablo (cp. Ro. 1:13; 1 Co. 10:1; 11:3; 12:1; 2 Co. 1:8; Fil. 1:12; Col. 2:1). La palabra tampoco y el término afectuoso “hermanos” (cp. vv. 1, 10; 1:4; 2:1, 9, 14, 17; 3:7; 5:1, 4, 12, 14, 25) enfatizan el cambio de asunto y llaman la atención a la importancia del nuevo tema. En este caso, Pablo no solo presentó un nuevo tema, sino también la nueva revelación que había recibido “en palabra del Señor” (v. 15).
Puesto que esta era su preocupación principal, Pablo trató primero la cuestión de los que duermen. Si bien koima¯o (dormir) se puede usar para el dormir normal (Mt. 28:13; Lc. 22:46; Hch. 12:6), se refiere más a menudo a aquellos que han muerto (vv. 13-15; Mt. 27:52; Jn. 11:11; Hch. 7:60; 13:36; 1 Co. 11:30; 15:6, 18, 20, 51; 2 P. 3:4). En el versículo 14, los que duermen aparecen identificados como “a los que durmieron en Él [Jesús]”. El participio presente koim¯omen¯on (v.13) se refiere a aquellos que duermen continuamente como un curso normal de la vida en la iglesia. Ellos estaban cada vez más preocupados por sus hermanos creyentes que continuaban muriendo.
Es importante recordar que en el Nuevo Testamento “dormir” se aplica solamente al cuerpo, nunca al alma. “El sueño de las almas”, la enseñanza falsa de que las almas de los muertos están en un estado de existencia inconsciente en la otra vida, es ajeno a las Escrituras. En 2 Corintios 5:8 Pablo escribió que quisiera estar ausente en el cuerpo y presente al Señor, mientras que Filipenses 1:23 expresó su “deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor”. Tales declaraciones enseñan que los creyentes, cuando mueren, van de manera consciente a la presencia del Señor, pues ¿cómo puede ser la inconsciencia “muchísimo mejor” que la comunión consciente con Jesucristo en esta vida? Jesús prometió al ladrón arrepentido: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso [el cielo; cp. 2 Co. 12:4; Ap. 2:7]” (Lc. 23:43). Las almas de Moisés y Elías no estaban dormidas, pues aparecieron con Jesús en la transfiguración (Mt. 17:3), ni las de los mártires de la tribulación en Apocalipsis 6:9-11, quienes estarán despiertos y podrán hablar con Dios. Después de la muerte, los redimidos van conscientemente a la presencia del Señor, pero los no salvos van al castigo consciente (Lc. 16:19-31).
Pablo ofreció esta información a los tesalonicenses a fin de que no se entristecieran. Hay una pena normal que acompaña la muerte de un ser amado, causada por el dolor de la separación y la soledad. Jesús lamentó la muerte de Lázaro (Jn. 11:33, 35) y Pablo exhortó a los romanos a llorar “con los que lloran” (Ro. 12:15). Sin embargo, el apóstol no tenía en mente aquí esa clase de dolor, sino el de los otros que no tienen esperanza. En Efesios 2:12 Pablo describió a los incrédulos como quienes van “sin esperanza y sin Dios en el mundo”. Hay un final horrible, aterrador y desesperanzador para los incrédulos cuando muere un ser amado, un dolor sin atenuaciones por cualquier esperanza de reunión. Incluso los paganos que creían en la vida después de la muerte no tenían esa esperanza confirmada por el Espíritu Santo; solo se aferraban a ella sin afirmación de Dios. Pero los cristianos no experimentan el dolor desesperanzado de los incrédulos, para quienes la muerte marca el corte permanente de las relaciones. A diferencia de los incrédulos, los cristianos nunca tienen una despedida final entre ellos; habrá una “reunión [de todos los creyentes] con Él” (2 Ts. 2:1). Las separaciones en esta vida son solamente temporales.
La ignorancia de los tesalonicenses sobre el arrebatamiento les causaba dolor. Pablo explicó ese suceso memorable para darles esperanza y consuelo; y les dio una descripción en cuatro partes: sus pilares, sus participantes, su plan y su ganancia.