Del Comentario
Así que, hermanos, deudores somos, no a Ia carne, para que vivamos conforme a Ia carne; porque si vivís conforme a Ia carne, moriréis; más si por el Espíritu hacéis morir las obras de Ia carne, viviréis. (Romanos 8:12-13)
Hacer morir las obras de Ia carne es una característica de los hijos de Dios. El teólogo escoces David Brown escribió: "Si no matas al pecado, el pecado te matara a ti". Jesús dijo: "Si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno" (Mt. 5:29-30). Ninguna acción es demasiado drástica para lidiar con el pecado; ningún precio es demasiado grande para lograr apartarnos del pecado y confiar en Jesucristo a fin de escapar de la condenación de muerte eterna en el infierno.
Por otra parte, el patrón en Ia vida de un creyente mostrará que esa persona no solamente profesa a Cristo sino que vive su vida por el Espíritu de Cristo y de manera habitual hace morir las obras pecaminosas e impías de Ia carne. En consecuencia, esa persona vivirá, esto es, posee Ia vida eterna que Cristo le ha dado y persevera en ella hasta el fin.
Cuando Dios ordenó al rey Saúl que destruyera a todos los amalecitas y su ganado, Saul no obedeció por completo al perdonar Ia vida de Agag y quedarse con sus mejores animales. Cuando el profeta Samuel confrontó a Saúl, el rey trató de justificar sus acciones alegando que su pueblo había insistido en conservar parte de los rebaños y que esos animales fueran sacrificados a Dios. Samuel reprendió al rey: "¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que Ia grosura de los carneros" (1 S. 15:22). A pesar de los ruegos de Saúl pidiendo misericordia, Samuel proclamó luego: "Jehová ha rasgado hoy de ti el reino de Israel, y lo ha dado a un prójimo tuyo mejor que tu" (v. 28). La falla de Saúl al no obedecer a Dios por completo le costó el trono.
De forma invariable, el pueblo de Dios cae otra vez en pecado cuando su enfoque se aleja del Todopoderoso y es puesto en ellos mismos y las cosas del mundo. Por esa razón, Pablo exhortó a los creyentes en Colosas: "Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde esta Cristo sentado a Ia diestra de Dios. Poned Ia mira en las casas de arriba, no en las de Ia tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (Col. 3:1-3). Seguidamente, él dio una lista parcial pero representativa de pecados que los cristianos deben matar al considerarse a sí mismos muertos a ellos: "fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia que es idolatría; cosas por las cuales Ia ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a Ia imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno" (vv. 5-10).
Las Escrituras ofrecen a los creyentes muchas ayudas para evitar y matar el pecado en sus vidas. En primer lugar, resulta imperativo reconocer la presencia del pecado en nuestra carne. Debemos estar dispuestos a confesar francamente con Pablo: "Queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí" (Ro. 7:21). Si no admitimos que hemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y nos hacemos todavía más susceptibles a su influencia. El pecado puede convertirse en una fuerza poderosa y destructiva en Ia vida de un creyente si no es reconocido y sometido a muerte. Lo que queda de nuestra condición humana está siempre listo para arrastrarnos de vuelta a los hábitos pecaminosos de nuestra vida antes de Cristo. Pedro conocía bien esa verdad, y por eso amonesta los creyentes: "Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma" (2 P. 2:11). Si los cristianos no vivieran en peligro constante de caer en pecado, esa admonición no tendría sentido.
Debido a la influencia de nuestras debilidades y limitaciones humanas en nuestra manera de pensar, con frecuencia es difícil reconocer el pecado en nuestra vida. Con mucha facilidad puede camuflarse, a veces bajo el disfraz de algo que parece trivial o insignificante, o incluso con la apariencia de ser algo justo y bueno. Por lo tanto debemos orar con David: "Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno" (Sal. 139:23-24). El consejo de Hageo para el Israel de Ia antigüedad es muy útil para creyentes de todas las épocas: "¡Meditad bien sobre vuestros caminos!" (Hag. 1:5, 7).
Una segunda manera como los creyentes hacen morir el pecado en sus vidas consiste en tener un corazón firme en Dios. David dijo al Señor: "Pronto está mi corazón, oh Dios, mi corazón está dispuesto; cantaré, y trovaré salmos" (Sal. 57:7). Otro salmista testificó: "Ojalá fuesen ordenados mis caminos para guardar Tus estatutos! Entonces no sería yo avergonzado, cuando atendiese a todos Tus mandamientos" (Sal. 119:5-6). En otras palabras, cuando conocemos y obedecemos la Palabra de Dios, estamos construyendo y fortificando al mismo tiempo nuestras armas defensivas y ofensivas en contra del pecado.
Una tercera forma en que los creyentes hacen morir el pecado en sus vidas consiste en meditar en la Palabra de Dios. Muchas de las verdades del Señor se tornan claras para nosotros únicamente cuando pacientemente nos quedamos inmersos en un pasaje de las Escrituras y damos al Señor la oportunidad de darnos un entendimiento más profundo de su Palabra. David nos da el ejemplo con estas palabras: "En mi corazón he guardado Tus dichos, para no pecar contra ti" (Sal. 119:11).
Una cuarta manera para destruir el pecado en nuestra vida es tener comunión permanente con Dios en oración. Pedro nos hace este llamado: "Sed, pues, sobrios, y velad en oración" (1 P. 4:7). Cuando somos fieles en estas disciplinas, descubrimos en realidad cuán relacionadas están entre sí. Con frecuencia es difícil decir dónde termina el estudio de la Palabra de Dios y dónde empieza la meditación en ella, así como dónde termina la meditación y comienza la oración.
Una quinta manera en que hacemos morir el pecado en nuestra vida consiste en practicar la obediencia a Dios. Hacer Su voluntad y Su voluntad solamente en todas las pequeñas cosas de la vida puede constituirse en un entrenamiento en hábitos constructivos que nos harán resistentes en tiempos severos de tentación.
Pg. 471–475