Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. (Juan 8:32)
La bendición inevitable de creer en Jesús y continuar en obediencia a su Palabra es conocer la verdad. “La gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (1:17), Él es “el camino, y la verdad, y la vida” (v. 14:6) y “la verdad… está en Jesús” (Ef. 4:21). Tal conocimiento es revolucionario en el mundo posmoderno, donde se ha abandonado la esperanza de descubrir la verdad absoluta. Como Pilato, que hizo la pregunta cínica “¿Qué es la verdad?” (18:38), los escépticos modernos se quedan solo con su ignorancia y desesperación, que es el fruto de su búsqueda inútil de la verdad sin Dios.
La verdad no viene solo de conocer la revelación de las Escrituras en cuanto a Cristo, viene también de la instrucción del Espíritu Santo, el “Espíritu de verdad” (14:17; 15:26; 16:13; 1 Jn. 5:6). El apóstol Juan se refirió a la enseñanza del Espíritu a los creyentes en 1 Juan 2:27 cuando escribió: “Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él”.
Las Escrituras son la revelación de la verdad divina. En ellas, Jesucristo, la verdad encarnada, se revela y el Espíritu Santo enseña por medio de ella la verdad a los creyentes. Entonces Jesús oró: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Jn. 17:17; cp. Sal. 119:142, 151, 160). La Escritura, completamente suficiente, “es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Ti. 3:16-17). Y no solo “el hombre de Dios”, el predicador, sino todos los que por él son instruidos.
Creer en Jesús, obedecer su Palabra y conocer la verdad trae libertad espiritual. Tal libertad es multifacética e incluye la libertad de las ataduras de la falsedad, de Satanás (Jn. 17:15; 2 Co. 4:4; 1 Jn. 5:18), condenación (Ro. 8:1), juicio (Jn. 3:18; 5:24), la ignorancia espiritual (8:12), la muerte espiritual (8:51) y, lo más importante en este contexto (v. 34), del pecado (Ro. 6:18, 22).
Jesús vino al mundo para liberar a los pecadores perdidos (Lc. 19:10). En la sinagoga de Nazaret, su pueblo, el Señor aplicó las siguientes palabras de Isaías a su ministerio: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos” (Lc. 4:18). Quienes son libres en Cristo deben atender la admonición de Pablo a los gálatas: “Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud” (Gá. 5:1).