Del Comentario
Si no se hubiera incluido la verdad expresada en el versículo 18, que es el corazón del mensaje de Pablo, la carta de Efesios tendría todo el aspecto de un texto legalista. Cada exhortación del apóstol tendría que cumplirse por el poder de la carne. Los creyentes se verían en la necesidad de confiar en sus propios recursos y fortaleza para seguir el gran mapa de carreteras de la vida cristiana presentado por el apóstol en los capítulos 4-6; y por supuesto, se darían cuenta de su absoluta deficiencia. Los cristianos no pueden andar en humildad, unidad, apartados para Dios, luz, amor y sabiduría fuera del poder energizante del Espíritu Santo. Andar sin el Espíritu es andar de una manera necia e insensata (véase vv. 15-17). Podemos ser "imitadores de Dios como hijos amados" (5:1), sí y solo sí somos llenos del Espíritu (cp. Jn. 15:5).
En 5:18-21, Pablo presenta primero el contraste entre el camino de la carne y el camino del Espíritu. Como se vio en la discusión anterior del versículo 18a, el camino de la carne se caracteriza por la religión pagana de la cual habían salido muchos de los creyentes en Éfeso, una religión centrada alrededor de bacanales de beodez e inmoralidad que conducían a supuestos éxtasis espirituales, en los cuales una persona trataba de elevarse de manera progresiva hasta alcanzar su comunión con los dioses. Es el camino del ego, el orgullo, la inmoralidad, la avaricia, la idolatría, la confusión, el engaño, la fantasía, la falsedad e incluso el culto a demonios. Es la senda de las tinieblas y la necedad absoluta (véase 5:3-17).
En los versículos 18b-21 el apóstol presenta el otro lado del contraste: el andar piadoso de los hijos de Dios que se expresa en la vida controlada por el Espíritu, alabanza al Señor y santidad. El apóstol da primero el mandato central de la epístola (que es el punto focal del Nuevo Testamento para los creyentes), y sigue su desarrollo con una descripción de las consecuencias de la obediencia a ese mandato.
EL MANDATO
antes bien sed llenos del Espíritu (5:18b)
Aunque Pablo no estuvo presente cuando el Espíritu Santo se manifestó de una manera tan poderosa en el Pentecostés, debió haber tenido ese acontecimiento en mente al escribir sed llenos del Espíritu. Es obvio que la venida del Espíritu Santo en Pentecostés ocurrió mientras él era todavía un incrédulo y antes de haber empezado a perseguir a la iglesia. Lo cierto es que sin Pentecostés, él y otros incrédulos habrían carecido de razones para perseguir a la iglesia, porque habría sido demasiado débil y desprovista de poder como para constituirse en una amenaza al dominio de Satanás. Entonces, los apóstoles escucharon que "de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen" (Hch. 2:2-4). También fue en esa ocasión que algunos de la multitud acusaron a los apóstoles de estar "llenos de mosto" (v. 13), esperando quizás que en cualquier momento estallaran en el frenesí típico de los cultos místicos paganos.
Aunque otros (tales como Moisés, Ex. 31:3; 35:31) habían sido llenados con el Espíritu con propósitos especiales, fue en Pentecostés que todos los creyentes en la iglesia quedaron por primera vez llenos del Espíritu Santo. Todas las promesas que Jesús hizo a Sus discípulos en la última noche que estuvo con ellos se cumplieron en uno u otro sentido mediante la venida del Espíritu Santo aquel día. De hecho, la venida del Espíritu Santo fue lo que hizo reales todas las promesas de Jesucristo.
Jesús dijo: "Y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros" (Jn. 14:16-17). El hecho de que el Espíritu Santo mora en todos los creyentes de forma permanente, en lugar de estar solo con algunos de ellos como sucedía antes de Pentecostés, es una de las grandes verdades de la dispensación del Nuevo Testamento. En la nueva era, que es la era eclesiástica, el Espíritu de Dios no se limitaría a estar al lado de Su pueblo sino a habitar en todos y cada uno de sus miembros (cp. 1Co. 3:16; 6:19). Esta residencia permanente del Espíritu Santo en los creyentes es lo que hace posible el cumplimiento de todas las demás promesas de Jesús a Su pueblo; y en Efesios 1:13 Él es llamado "el Espíritu Santo de la promesa".
El Espíritu Santo es nuestra garantía y seguridad divina de que las promesas de Jesús se cumplen (2 Co. 5:5). Entre muchas otras cosas, Él garantiza y asegura que tendremos una morada celestial en la casa del Padre (Jn. 14:2-3); que hará obras mayores, no en tipo sino en alcance, que las hechas por Él (14:12; cp. Mt. 28:18-20); Hch. 1:8); que todo lo que pidamos en Su nombre, Él lo hará (Jn. 14:13-14); que siempre tendremos la paz propia de Cristo (14:27); que la plenitud de su gozo estará en nosotros (15:11). El Espíritu Santo nos asegura que Jesucristo y el Padre son uno (14:20); que somos sin lugar a dudas hijos de Dios (Ro. 8:16); que Él intercederá por nosotros, haciendo así efectivas nuestras oraciones (Ro. 8:26); y que Él hará que nuestra vida dé fruto (Ga. 5:22-23).
Sin embargo, la obra del Espíritu Santo en nosotros y a nuestro favor solo puede ser obtenida en la medida en que seamos llenos de Él. El Espíritu Santo mora en todo cristiano y tiene la capacidad de recibir el cumplimiento pleno de todas las promesas de Cristo dadas a aquellos que Le pertenecen. Pero esas promesas no se cumplirán en la vida de ningún cristiano que no esté bajo el control completo del Espíritu Santo. Tenemos derecho legítimo de reclamar todas las promesas de Cristo para nosotros desde el momento en que creemos en Él, pero no podemos tener su cumplimiento hasta que permitamos que Su Espíritu nos llene y controle. A menos que conozcamos lo que significa ser dirigidos por el Espíritu Santo, nunca conoceremos la dicha de la seguridad plena del cielo, ni el gozo de trabajar con efectividad para el Señor, de tener nuestras oraciones contestadas todo el tiempo, ni de zambullirnos y deleitarnos en la plenitud del amor, el gozo y la paz de Dios en nosotros.