Del Comentario
“Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Más la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.”
La enseñanza de Jesús es que la naturaleza de la adoración sería lo importante bajo el nuevo pacto, no el lugar de adoración. “Más la hora viene, y ahora es —le dijo Jesús—, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad”. El espíritu no hace referencia aquí al Espíritu Santo sino al espíritu humano. La adoración debe ser interna, no es la conformidad externa con las ceremonias y los rituales. Debe salir del corazón. La verdad llama a que esta adoración de corazón sea consecuente con la enseñanza de las Escrituras y esté centrada en el Verbo encarnado. Ni la adoración de los samaritanos ni la de los judíos podía caracterizarse como adoración en espíritu y en verdad, aunque los judíos tenían mayor comprensión de la verdad. Los dos grupos estaban enfoca- dos en factores externos. Se conformaban externamente con las regulaciones
rituales observados y sacrificios ofrecidos. Pero desde la llegada del Mesías había llegado el tiempo en que los verdaderos adoradores no se volverían a identificar por el lugar donde adoraban. Los verdaderos adoradores serían quienes adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Pablo los llama “la circuncisión, los que en espíritu [sirven] a Dios y [se glorían] en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne” (Fil. 3:3). El Padre tales adoradores busca que le adoren, y a estos los acerca a Él (6:44, 65).
La frase Dios es Espíritu es la definición clásica de la naturaleza de Dios. A pesar de la enseñanza herética de los cultos falsos, Dios no es un hombre exaltado (Nm. 23:19), “un espíritu no tiene carne ni huesos” (Lc. 24:39). Él es “Dios invisible” (Col. 1:15; cp. 1 Ti. 1:17; He. 11:27), quien “habita en luz inaccesible [cp. Sal. 104:2]; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver” (1 Ti. 6:16; cp. Éx. 33:20; Jn. 1:18; 6:46). Dios sería completamente incomprensible si no se hubiera revelado en las Escrituras y en Jesucristo.
Como Dios es espíritu, es necesario que quienes lo adoren verdaderamente, lo hagan en espíritu y en verdad. La adoración verdadera no consiste en la sola conformidad externa con las normas y deberes religiosos (Is. 29:13; 48:1; Jer. 12:1-2; Mt. 15:7-9), sino que emana del espíritu interno. También debe ser consecuente con la verdad que Dios ha revelado sobre Él en su Palabra. Deben evitarse los extremos de ortodoxia muerta (verdad y nada de espíritu) y heterodoxia celosa (espíritu y nada de verdad).