Del Comentario
Debido a que por tanto tiempo gran parte de la iglesia ha dejado de tener en cuenta la enseñanza completa de las Escrituras, a muchos creyentes estas verdades les parecen poco familiares y hasta difíciles de aceptar. Además, puesto que la iglesia ha estado tan inmersa en normas mundanas con las que se ha identificado y de las que ha permitido convertirse en víctima, las normas de Dios parecen haber caducado y hasta ser irrelevantes y ofensivas para la mentalidad moderna. Su camino es tan elevado y contrario al camino del mundo que resulta incomprensible para muchos dentro y fuera de la iglesia.
Una y otra vez el Nuevo Testamento nos llama a otra dimensión de existencia, una nueva manera de pensar, actuar y vivir: "que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados ... y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad" (Ef. 4:1, 24). Lo que esto significa es que cumplamos el llamamiento supremo de vivir una vida por completo nueva, de una manera completamente nueva y llena del Espíritu.
Como se mencionó en el capítulo anterior, pocas áreas de la vida moderna han sido tan distorsionadas y corrompidas por el diablo y el mundo, y ocasionando a la iglesia tanta confusión, como las del matrimonio y la familia. Estos son los asuntos que Pablo confronta en Efesios 5:22-6:9. Aquí expande y aclara el principio general de sumisión mutua ("someteos unos a otros en el temor de Dios", v. 21), dando varias ilustraciones de la familia, empezando con la relación entre esposos y esposas. Como se indicó al final de nuestra discusión del versículo 21, la Biblia deja en claro que no existen distinciones espirituales ni morales entre los cristianos. "Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Ga. 3:28). No existe clasificación de cristianos de ningún tipo. Todo creyente en Jesucristo tiene exactamente la misma salvación, la misma postura frente a Dios, la misma naturaleza y recursos divinos, y las mismas promesas y herencia divinas (cp. Hch. 10:34; Ro. 2:11; Stg. 1:1-9).
Por otro lado, en cuestiones de papel y función Dios ha hecho distinciones.
Aunque no hay diferencias de valor intrínseco o privilegio y derechos espirituales básicos entre su pueblo, el Señor ha dado a quienes ejercen el gobierno cierta autoridad sobre el pueblo al que rigen, a los líderes de la iglesia les ha delegado autoridad sobre sus congregaciones, a los esposos ha dado autoridad sobre sus esposas, a los padres ha dado autoridad sobre sus hijos, y a los patrones ha dado autoridad sobre los empleados.
En Efesios 5:22-24 Pablo empieza esta lista con una descripción del papel, los deberes y las prioridades de la esposa con relación a la autoridad de su esposo. Primero trata la cuestión básica de la sujeción, luego su modo, motivación y modelo.
LA CUESTION DE LA SUJECION
Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, (5:22a)
Aquí la palabra casadas no tiene un calificativo, así que se aplica a todas las esposas cristianas sin distinción por clase social, educación, inteligencia, madurez espiritual o talentos y dones, edad, experiencia o cualquier otra consideración. El cumplimiento del mandato tampoco depende de la inteligencia de su esposo, ni de carácter, actitud, condición espiritual o cualquier otra consideración. Pablo dice de manera categórica a todas las esposas creyentes: estén sujetas a sus propios maridos.
Como se indica con cursivas en algunas traducciones, estén sujetas no se encuentra en el texto original, pero es porque ese significado proviene del versículo 21. La idea es: "Someteos unos a otros en el temor de Dios [y, como un primer ejemplo], las casadas... a sus propios maridos". Como se explicó en el capítulo anterior, hupotasso significa renunciar a los derechos individuales, y la voz media del griego (usada en el v. 21 y por extensión implícita en el v. 22), hace énfasis en la sumisión voluntaria de uno mismo. El mandato de Dios se dirige a quienes deben someterse. Es decir, la sumisión debe ser una respuesta voluntaria a la voluntad de Dios en el sentido de renunciar a los derechos independientes y propios para someterse a otros creyentes en general y a la autoridad ordenada en particular, en el caso de las esposas, sus propios maridos.
Debe advertirse que a la esposa no se le manda obedecer (hupakouo) a su esposo, como los niños deben obedecer a sus padres y los siervos a sus amos (6:1, 5). Un esposo no debe tratar a su esposa como a un empleado o como a un hijo, sino como a un ser igual del cual Dios le ha asignado la responsabilidad de cuidar, proveer y proteger, y cuyo ejercicio debe realizar en amor. Ella no le pertenece para recibir órdenes y responder a todos sus caprichos y órdenes. Como Pablo procede a explicar en detalle considerable (vv. 25-33), la responsabilidad primordial del esposo como cabeza del hogar es amar, proveer, proteger y servir a su esposa y su familia, no enseñorearse de ellos de acuerdo a sus antojos y gustos personales.
La expresión sus propios maridos sugiere el carácter íntimo y mutuo de la sumisión de la esposa. De buena voluntad se hace sujeta a aquel quien ella posee como su propio marido (cp. 1 Co. 7:34). Esposos y esposas por igual deben tener un sentido mutuo de posesión así como una actitud mutua de sumisión. Se pertenecen el uno al otro en una igualdad absoluta. El esposo no posee a la esposa más de lo que ella le posee a él. Él no tiene superioridad y ella ninguna inferioridad, así como alguien que tiene el don de la enseñanza no es superior al que tiene el don de ayudar a otros. Una lectura cuidadosa de 1 Corintios 12:12-31 mostrara que Dios ha diseñado a cada persona para desempeñar un papel único en el cuerpo de Cristo, y la actitud constante y activa que gobierna todos esos papeles y su empalme y mezcla es "un camino aún más excelente", el del amor (cap. 13).