Del Comentario
La tendencia natural del ser humano es a pecar; y la tendencia natural del pecado es crecer en pecados cada vez más grandes. Además, el pecado de un cristiano crecerá de igual forma que el de un incrédulo. Si se tolera y no se vigila, nuestros pecados internos de amargura, enojo e ira conducirán de forma inevitable a los pecados exteriores de gritería y maledicencia y toda clase de manifestaciones de malicia.
La amargura (pikria) refleja un resentimiento calcinante, una actitud rencorosa (véase Hch. 8:23; He. 12:15). Es el espíritu de irritabilidad que mantiene a una persona en animosidad perpetua, haciéndole malsana y ponzoñosa. El enojo (orge) también es una actitud recalcitrante pero más interna, sutil y profunda. La ira (thumos) tiene que ver con la rabia descontrolada de una persona que se deja llevar por Ia pasión del momento. Griteria (krauge) es el grito o imprecación de una persona belicosa y se manifiesta en una explosión en público que revela su falta de control. Maledicencia (blasphemia, de la cual se deriva blasfemia) es la difamación continua de otros y que emana de un corazón amargado. Pablo añade a continuación malicia (kakia), el término general para aludir a la maldad que es la raíz de todos los vicios. Todas estas cosas, dice el apóstol, deben ser quitadas de vosotros, desarraigadas por completo.
Estos pecados particulares involucran el conflicto entre una persona y otra, tanto entre un creyente y un incrédulo; y aún peor entre un creyente y otro creyente. Estos son los pecados que rompen la comunión fraternal y destruyen las relaciones personales, debilitan a la iglesia y arruinan su testimonio delante del mundo. Cuando un incrédulo ve a cristianos que actúan igual que el resto de la sociedad, Ia iglesia aparece manchada ante sus ojos; y esa persona se ratifica aún más en su resistencia a las afirmaciones del Evangelio.
En lugar de esos vicios, nosotros antes debemos ser benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándonos unos a otros, como Dios también nos perdonó a nosotros en Cristo. Estas son las gracias que Dios nos ha mostrado y son las virtudes de gracia que debemos mostrar a otros. Dios no nos amó, escogió y redimió porque tuviéramos méritos para ello, sino debido puramente a Su gracia. "Más Dios muestra Su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros... Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por Su vida" (Ro. 5:8, 10). Si Dios tiene tanta gracia para con nosotros, cuánto más deberíamos nosotros ser benignos unos con otros, misericordiosos, siempre dispuestos a perdonarnos unos a otros como semejantes y pecadores por igual, como Dios también nos perdonó; y de manera especial a los hermanos en la fe.
Ser benigno de forma incondicional es algo que caracteriza al Señor, como Lucas 6:35b lo muestra: "porque Él es benigno para con los ingratos y malos". Pablo habla de "las riquezas de su benignidad,... [que] te guía al arrepentimiento"(Ro. 2:4). Hemos de ser semejantes a nuestro Padre celestial, como Cristo nos dice, y por eso debemos obedecerle en esto: "Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo" (Lc. 6:35a).
Misericordiosos tiene la idea de ser compasivos, y alude en su sentido literal a un sentimiento profundo en el vientre o el estómago, un dolor desgarrador de origen psicosomático que se debe a la empatía frente a la necesidad de una persona. Perdonándoos unos a otros es algo tan básico en cuanto a reflejar carácter semejante a Cristo que requiere escaso comentario. La ilustración más grafica del perdón se encuentra en la parábola de Mateo 18:21-35. Cuando Pedro preguntó acerca de los límites del perdón, el Señor le contó una historia sobre un hombre que tenía una deuda imposible de pagar y quien había sido perdonado por su acreedor, el rey. Era un cuadro de la salvación, la manera como Dios perdona a un pecador la deuda impagable de la rebelión injusta contra Él.
El hombre perdonado fue después donde alguien que le debía una cantidad pequeña y le mandó encarcelar por el no pago de la deuda. El mismo que con ansias había aceptado un perdón tan grande y completo, no estaba dispuesto a perdonar una deuda pequeña y fácil de pagar que otra persona tenía con él. La incongruencia absoluta de su acción muestra el carácter abominable del corazón no perdonador de un creyente; y el hombre fue castigado con severidad por el Señor a causa de su actitud perversa.
Pablo tiene esta misma relación en mente cuando llama a los creyentes a perdonar como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. ¿Acaso podemos nosotros, que hemos sido perdonados por tanto, no perdonar las cosas relativamente pequeñas que otros hacen en nuestra contra? De todas las personas en el mundo, nosotros siempre debemos tener la mayor disponibilidad y ánimo para perdonar.