Del Comentario
Jesús y les dijo: De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre. Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que Él ha enviado. (6:25-29)
Cuando la multitud encontró a Jesús en Capernaúm, le dijeron sorprendidos: “Rabí, ¿cuándo llegaste acá?”. Como ya se dijo, ellos sabían que Jesús no había partido en la barca con los discípulos. Tampoco podía haber caminado (por tierra) hasta Capernaúm, sin que le hubieran visto. Aunque lo habían encontrado, el misterio de cómo había llegado allí seguía vigente.
Jesús no les respondió adrede. Justo el día anterior habían intentado hacerlo rey por la fuerza, después que los alimentó milagrosamente; decirles de otro milagro aún más espectacular solo habría aumentado su fervor mesiánico equivocado. Por otro lado, el Señor no se comprometía con los falsos discípulos buscadores de emociones (2:24; cp. Sal. 25:14; Pr. 3:32; Mt. 13:11). Ignoró entonces su pregunta superficial e irrelevante y trató el asunto, más profundo, de sus motivos pecaminosos.
Como ocurre por todo el Evangelio de Juan (p. ej., 1:51; 3:3, 5; 5:24; 6:47, 53; 8:51, 58; 13:21), la afirmación solemne am¯en, am¯en (De cierto, de cierto) expone una verdad importante a la cual Jesús quería que sus oyentes prestaran atención. La reprensión del Señor puso al descubierto sus corazones egoístas y materialistas: “Me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis”. Estaban tan ciegos por su deseo superficial de comida y milagros que no vieron la importancia espiritual verdadera de Cristo y su misión. “No los movía la llenura de sus corazones sino la llenura de sus barrigas” (Leon Morris, El Evangelio según Juan [Barcelona: Clie, 2005], p. 358 del original en inglés). Aunque habían sido testigos de las señales que Jesús había realizado (v. 14), no captaron las implicaciones espirituales de esas señales. De forma sorprendente, después de alimentar a la multitud, ni siquiera los doce “habían entendido lo de los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones” (Mr. 6:52). No comprendieron la realidad total de tener a Dios en medio de ellos, sino hasta después que Él caminó sobre las aguas. Entonces dijeron: “Verdaderamente eres Hijo de Dios” (Mt. 14:33). Antes, el Señor ya había calmado otra tempestad en el mismo lago y ellos solo se habían preguntado “¿Qué hombre es éste?” (Mt. 8:27). Así, nuestro Señor los llamó “hombres de poca fe” (Mt. 8:26).
Jesús reprendió a la multitud por su materialismo insensible. En lugar de trabajar por la comida que perece, la comida física que buscaban, Jesús los exhortó a ir en pos de la comida que a vida eterna permanece (que es Jesús, el pan de vida, vv. 35, 54). Aunque ciertamente Él era consciente de la necesidad del alimento físico (cp. vv. 10-12), le interesaba mucho más el bienestar espiritual. Tal como antes había diferenciado el agua física del “agua que salte para vida eterna” (4:14), aquí Jesús apartó a Sus oyentes de la comida literal y los llevó al pan de vida (vv. 33, 35, 48, 51). En lugar de fijarse en el hombre externo que decae (2 Co. 4:16), necesitaban buscar el alimento espiritual que el Hijo del Hombre puede dar. Después de todo, de nada sirve ganar el mundo entero si se pierde el alma (Mt. 16:26; Lc. 12:16-21). Como aquel a quien señaló Dios el Padre, Jesús tenía la autoridad para ofrecer la comida espiritual que viene de Dios y satisface el hambre de justicia (Mt. 5:6).
En respuesta al mandamiento de Jesús en el versículo 27 (ir tras la comida imperecedera de vida eterna), el pueblo le dijo: “¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?”. Filtraban las palabras de Jesús por medio de sus mentes retorcidas y creían que les hablaba de la necesidad de las obras para obtener la vida eterna. ¿Qué era aquello que debían hacer?, se preguntaban. De modo semejante a cuando el joven rico le preguntó “Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?” (Mt. 19:16) y en Lucas 10:25, cuando “un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?”. Los judíos conocían aquello de buscar la vida eterna por medio de su religión, luego era una pregunta usual. Por supuesto, la verdadera salvación no es por obras (Tit . 3:5) . Así, Jesús les respondió su pregunta mostrándoles que la única obra aceptable para Dios era creer en el que Él ha enviado . La salvación es solo por gracia (Ef . 2:8-9) solo por medio de la fe (Ro . 3:28) y solo en Cristo (Hch . 4:12), “ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Él” (Ro . 3:20; Gá . 2:16) . La salvación es un regalo de Dios ( Jn . 4:10; Ro . 5:15; 6:23; Ef . 2:8) .
Jesús llamó obra a la fe puesto que por un lado, una persona no puede hacer nada para ser aceptada por Dios. Por otro lado, la aceptación de Dios no puede ser el soporte de una “creencia” meramente teológica sobre Dios… Por lo tanto, la aceptación de Dios es una relación que Dios da ([Ro.] 6:27), y creer y obedecerle son formas paralelas de reconocer la dependencia de Él (Gerald L. Borchert, John 1—11 [Juan 1—11], The New American Commentary [Nuevo comentario estadounidense] [Nashville: Broadman & Holman, 2002], p. 263).
Así pues, la salvación no viene por esfuerzos humanos ni por logros u obras morales; viene de la fe que inevitablemente produce buenas obras (Ef. 2:10; cp. Mt. 3:10; 7:16-20; 12:33; 13:23; Lc. 6:43-46; Ef. 5:8-9; Col. 1:10). La fe que no
produce frutos está muerta, lo cual quiere decir que no tiene nada de fe bíblica (Stg. 2:14-26).
El resto del capítulo 6 desarrolla la enseñanza de Jesús sobre la comida que permanece a vida eterna. Jesús se ofreció a Sus oyentes como Su libertador eterno señalando que Él era el pan de vida. Sin embargo, al final, la multitud no estaba interesada. Estaban intrigados por las sanidades anteriores y temporalmente satisfechos con la comida milagrosa, pero su entusiasmo inicial ante las señales sobrenaturales (v. 15) se desvaneció rápidamente cuando Jesús no satisfizo sus superficialidades. La multitud respondió primero con curiosidad pero sin disposición para abandonar su falsa justicia y arrepentirse, al final solo les quedó el rechazo; mientras que los doce respondieron al poder de Jesús con alabanza. Aunque los primeros siguieron a Cristo por un poco de tiempo, incluso cruzaron el lago de Galilea para encontrarlo, a la larga mostraron que no eran verdaderos seguidores.