Porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. (13:4)
No está mal que los cristianos esperen recibir de sus gobiernos protección de la vida y la propiedad. Pablo aprovechó la función que el gobierno tiene de promover lo bueno cuando utilizó su ciudadanía romana para asegurarse un juicio justo al apelar a César (Hch. 25:11 ). El apóstol también experimentó la protección de la ley romana mientras estuvo en Éfeso en su tercer viaje misionero. Cuando una multitud fue incitada en su contra por Demetrio el platero, el escribano de la ciudad protegió a Pablo bajo su custodia y advirtió a la muchedumbre que no se alborotaran: "Que si Demetrio y los artífices que están con él tienen pleito contra alguno, audiencias se conceden, y procónsules hay; acúsense los unos a los otros. Y si demandáis alguna otra cosa, en legítima asamblea se puede decidir" (Hch. 19:38-39).
Debido a que representa la institución ordenada por Dios del gobierno civil, un funcionario oficial es en realidad un servidor de Dios, sin importar cuáles sean sus creencias personales o su relación con Dios. Es una persona que está haciendo la obra del Señor bien sea que así lo entienda o no, al promover y garantizar la paz y la seguridad entre los hombres.
Robert Haldane comenta lo siguiente al respecto:
La institución del gobierno civil es una dispensación de la misericordia divina, y su existencia es tan indispensable, que en el mismo instante que cesa de operar bajo alguna forma, se vuelve a establecer en otra. El mundo, desde el momento de la caída cuando se introdujo de inmediato el dominio de una parte de la raza humana sobre la otra (Gn. 3:16), se ha mantenido en un estado tal de corrupción y depravación, que sin el obstáculo poderoso presentado por el gobierno civil en medio de las pasiones egoístas y pérfidas de los hombres, sería mejor vivir entre las bestias del campo que en la sociedad humana. Tan pronto se retiran sus obstáculos y restricciones, el hombre se muestra a sí mismo en su carácter real. Cuando no hubo rey en Israel y todos hacían lo que bien les parecía en sus propios ojos, en los últimos tres capítulos del libro de Jueces podemos ver cuáles fueron las consecuencias escabrosas de tal desbarajuste. (An Exposition of Romans, p. 581)
A fin de promover y proteger el bien en la sociedad, el gobierno humano debe castigar el mal. En consecuencia, todo aquel que hace lo malo tiene razón para temer.
Debido a que la espada es un arma letal, simboliza aquí el derecho que el Gobierno civil tiene para infligir castigo, incluyendo la pena extrema de la muerte por crímenes que así lo merezcan. En los primeros tiempos de la existencia humana, el Señor instituyó la pena capital. "El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada" (Gn. 9:6). Cuando Jesús dijo a Pedro: "Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán" (Mt. 26:52), le estaba recordando a su discípulo que el castigo por matar a uno de los enemigos de Jesús sería que Pedro mismo perecería ejecutado, lo cual el Señor reconoce aquí como algo que se justifica.
Cuando Pablo estaba delante del gobernador romano Festo e hizo su apelación a Cesar, dijo: "Si algún agravio, o cosa alguna digna de muerte he hecho, no rehusó morir" (Hch. 25:11). Al decir esto, el apóstol reconoció que la pena capital era justificada en algunos casos y que él estaba dispuesto a aceptarla si era hallado culpable de un crimen con pena de muerte.
Robert Culver nos recuerda de nuevo:
Lo que no se debe perder de vista es que por muy desagradable que sea la labor del carcelero y el uso del látigo, la celda, la vara, la guillotina, etc., todas estas cosas están detrás de la estabilidad de la sociedad civilizada, y es necesario que lo estén porque así lo ha declarado Dios en armonía con la realidad humana, antes que con las opiniones de los sociólogos incrédulos. El gobierno con sus poderes coercitivos es una necesidad social que ha sido determinada por el Creador, no por los dictados de la estadística o de algún equipo universitario dedicado a la investigación social. Ninguna sociedad puede mediante votación democrática librarse de las multas, la prisión, los castigos corporales y la pena capital, y aspirar al mismo tiempo a tener un éxito permanente en el mundo. La sociedad que trate de hacer tal cosa ha perdido contacto con las realidades del ser humano (su estado caído y pecaminoso), las realidades del mundo, y la verdad de la revelación divina que se encuentra en la naturaleza, la conciencia humana y la Biblia. (Toward a Biblical View of Civil Government, p. 256)
Cuando una sociedad rechaza la pena capital aun para los crímenes más serios, incluido el homicidio, es culpable de derramar sangre delante de Dios. Después que Caín mató a Abel, ''Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? Y él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra" (Gn. 4:9-10). Al igual que Satanás, a quien vino a servir sin darse cuenta, Caín fue al mismo tiempo un homicida y un mentiroso (véase (Jn. 8:44). Inmediatamente después del diluvio, Dios estableció la ley divina de la pena de muerte por el homicidio (Gn. 9:6). Como parte de la ley mosaica, Dios declaró: "Y no contaminaréis la tierra donde estuviereis; porque esta sangre amancillará la tierra, y la tierra no será expiada de la sangre que fue derramada en ella, sino por la sangre del que la derramó" (Nm. 35:33).
Entre otras cosas, Israel fue enviado a cautividad en Babilonia a causa de los excesivos crímenes sangrientos cometidos en la nación que quedaron sin castigo. "Haz una cadena", dijo Dios, "porque la tierra está llena de delitos de sangre, y la ciudad está llena de violencia. Traeré, por tanto, los más perversos de las naciones, los cuales poseerán las casas de ellos; y haré cesar la soberbia de los poderosos, y sus santuarios serán profanados" (Ez. 7:23-24). Cuando una nación no administra justicia, tarde o temprano cae bajo el juicio de Dios.
Pg. 243-244