Del Comentario
Porque también cuando estábamos con vosotros, os ordenábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma. (3:10)
Además del ejemplo de los misioneros, Pablo añadió una orden directa. La verdad axiomática, autoritativa y revelada divinamente de que no comieran quienes no quisieran trabajar no era nueva para los santos. El problema de ellos no era la ignorancia, porque también cuando los misioneros estuvieron con ellos, así les ordenaron. Pablo también habló sobre esto en su primera epístola (4:11; 5:14). Su argumento era simple: si las personas tienen suficiente hambre, trabajarán por la comida. En palabras de Salomón: “El alma del que trabaja, trabaja para sí, porque su boca lo estimula” (Pr. 16:26). Los creyentes que tienen la oportunidad y la capacidad de trabajar por su propia comida, deben hacerlo. Quienes no lo hacen son peores que los incrédulos (1 Ti. 5:8).
Es importante señalar que Pablo se dirigió aquí a quien no quiere trabajar, no a quien no puede. Los creyentes individuales y la iglesia como un todo tienen la responsabilidad de ocuparse de los pobres (Mt. 6:2-3; Gá. 2:10; 1 Ti. 5:4; He. 13:16; Stg. 2:15-16; 1 Jn. 3:17) . Pero ni el mundo ni la iglesia deben nada a quienes son demasiado perezosos para trabajar. Estamos acostumbrados a las “ayudas” en nuestra sociedad. La idea es que quienes no quieren trabajar duro tienen derecho a recibir dinero tomado de quienes sí lo hacen. Los resultados de esta cultura de quienes no quieren trabajar, sino vivir de los subsidios, son visibles para todos: rupturas de familias, inmoralidad, crimen, desesperanza, carencia de sentido y amargura.