Del Comentario
Fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia (Efesios 1:13b-14a)
Como un medio para garantizar Sus promesas a quienes han recibido a Jesucristo, Dios les ha sellado con el Espíritu Santo de la promesa. A cada creyente se le da el mismo Espíritu Santo de Dios en el momento en que confía en Cristo. "Más vosotros ya no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros", declara Pablo (Rom. 8:9a). Por esa misma razón, prosigue a decir, "si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él" (v. 9b). Resulta casi increíble que el cuerpo de todo cristiano verdadero sea de hecho "templo del Espíritu Santo, el cual está en [el]" (1 Cor. 6:19).
Tan pronto una persona se convierte en cristiano, el Espíritu Santo hace su residencia en la vida de ese individuo. La vida en Jesucristo es diferente porque el Espíritu de Dios se encuentra en el interior. Él está allí para investirnos de poder, equiparnos para el ministerio y cumplir funciones específicas mediante los dones que nos ha dado. El Espíritu Santo es nuestro defensor y consolador. Él nos protege y anima. También garantiza nuestra herencia en Jesucristo. "El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo" (Rom. 8:16-17). El Espíritu de Dios es nuestra fuerza y fuente de seguridad, nuestra garantía absoluta.
El sello del que Pablo habla aquí, se refiere a una marca oficial de identificación que se colocaba en una carta, contrato u otro documento importante. El sello se hacía por lo general de cera caliente que se colocaba sobre el documento y luego se estampaba con un anillo oficial. El documento quedaba de ese modo identificado legalmente con la autoridad de la persona a quien pertenecía la rúbrica.
Esa es la idea detrás de la frase fuisteis sellados en Cristo con el Espíritu Santo de la promesa. El sello del Espíritu de Dios en el creyente tiene cuatro significados básicos: seguridad, autenticidad, propiedad y autoridad.
Seguridad. En tiempos antiguos, el sello de un rey, príncipe o algún noble representaba seguridad e inviolabilidad. Cuando Daniel fue arrojado al foso de los leones, el rey Darío, al lado de sus nobles, mandó poner su sello sobre la piedra que tapaba la entrada al foso, "para que el acuerdo acerca de Daniel no se alterase" (Dn. 6:17). Cualquier persona fuera del rey que se atreviese a romper o alterar ese sello lo habría tenido que pagar con su vida. De una manera similar, la tumba donde Jesús fue sepultado también tuvo un sello oficial. Temiendo que los discípulos de Jesús pudieran robar su cuerpo y alegar falsamente su resurrección, los líderes judíos obtuvieron el permiso de Pilato para colocar un sello sobre la piedra; y asignar soldados para guardar la tumba (Mt. 27:62-66).
En un sentido infinitamente más grande, el Espíritu Santo asegura a cada creyente y le marca con su propio sello inquebrantable.
Autenticidad. Cuando el rey Acab intentó sin éxito hacer que Nabot le vendiera o negociara su viña, la reina Jezabel se ofreció para conseguir la propiedad a su modo. "Entonces ella escribió cartas en nombre de Acab, y las selló con su anillo", y envió las cartas a varios nobles que vivían en la ciudad de Nabot, exigiéndoles que inventaran acusaciones falsas de blasfemia y traición contra ese hombre. Los nobles hicieron según se les mandó y Nabot fue apedreado hasta morir a causa de las denuncias falsas. El rey después solo tuvo que confiscar la viña que tanto codició (1 Rey. 21:6-16). A pesar de los engaños que contenían los mensajes enviados por Jezabel, las cartas en sí mismas eran auténticas y llevaban la autoridad del rey porque fueron enviadas con su aprobación y marcadas con su sello, que era su firma. Cuando Dios nos da su Espíritu Santo, es como si Él nos estampara con un sello que dice: "Esta persona me pertenece y es ciudadano auténtico de Mi reino divino y parte de Mi familia".
Propiedad. Mientras Jerusalén se encontraba sitiada por Nabucodonosor y Jeremías estaba bajo arresto por parte del rey Sedequías por haber profetizado en contra del rey y la nación, el Señor dio instrucciones especiales a Su profeta. A Jeremías se le dijo que comprara un terreno de Anatot sobre el cual tenía derechos de redención. Se acordaron los términos del contrato y el pago estipulado se hizo en el patio de la cárcel real delante del número de testigos requerido. En presencia de los testigos se firmó y selló la carta o título de propiedad, lo cual estableció a Jeremías como el nuevo dueño legal del terreno (Jer. 32:10). Cada vez que el Espíritu Santo sella a los creyentes, les marca como posesiones divinas de Dios que a partir de ese momento le pertenecen del todo y por la eternidad. El sello del Espíritu declara que la transacción de salvación es oficial y definitiva desde el punto de vista divino.
Autoridad. Aun después que Amán fue ahorcado por su malvado complot para calumniar y ejecutar a Mardoqueo, la reina Ester se sentía intranquila por el decreto que Amán había persuadido al rey Asuero que firmara; y según el cual se permitía a cualquiera en su reino atacar y destruir a los judíos. Como ni siquiera el rey mismo podía revocar el decreto anterior que estaba marcado con su propio sello, él promulgó y selló otro decreto que permitía y aun alentaba a los judíos a armarse y defenderse (Est. 8:8-12). En ambos casos, la autoridad absoluta de los decretos fue representada con el sello del rey. Quienes tuvieran en su posesión el decreto sellado del rey tenían toda su autoridad delegada tal como lo establecía el decreto.
Cuando los cristianos son sellados con el Espíritu Santo, también son delegados para proclamar, enseñar, ministrar y defender la Palabra de Dios y Su Evangelio con la propia autoridad del Señor.