Del Comentario
Para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos. (Romanos 8:29d)
El propósito supremo de Dios en traer los pecadores a la salvación es glorifi¬car a Su Hijo Jesucristo, haciéndole preeminente en el plan divino de redención. En las palabras de este texto, Dios tiene la intención última de que Cristo sea el primogénito entre muchos hermanos.
En la cultura judía, el término primogénito siempre hacía referencia a un hijo, a no ser que una hija fuese designada específicamente. Puesto que el varón primogénito de cada familia judía tenía una condición privilegiada, el término se empleaba con frecuencia en sentido figurado para representar Ia preeminencia. Es claro que en el presente contexto, eso es lo que se quiere dar a entender.
Como sucede casi en todos los casos en el Nuevo Testamento, el término hermanos es un sinónimo para creyentes. El propósito primordial de Dios en Su plan de redención fue hacer de Su amado Hijo el primogénito entre muchos hermanos en el sentido de que Cristo posee una preeminencia única entre los hijos de Dios. Los que confían en Él se convierten en hijos adoptivos de Dios, y Jesús el verdadero Hijo de Dios, en Su gracia se digna a llamarlos Sus hermanos y hermanas en Ia familia divina de Dios (Mt. 12:50; cp.Jn. 15:15). El propósito de Dios es hacernos semejantes a Cristo con el fin de crear una gran humanidad redimida y glorificada sobre Ia cuál Él va a reinar y tener Ia preeminencia para siempre.
En su carta a Filipos, Pablo representa bellamente el propósito que Dios tiene de glorificar a Cristo: "Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en Ia tierra, y debajo de Ia tierra" (Fil. 2:9-10). Nuestro propósito último como los hijos redimidos de Dios será pasar Ia eternidad adorando y rindiendo alabanza al amado primogénito de Dios, nuestro preeminente Señor y Salvador, Jesucristo. Además, como Pablo explica a los colosenses, en Ia actualidad Cristo no solo es "Ia cabeza del cuerpo que es Ia iglesia", sino que es también "el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga Ia preeminencia" (Col. 1:18).
El propósito original de Dios en Ia creación fue hacer un pueblo a Su imagen y semejanza que le diese honor y gloria al servirle y obedecerle en todas las casas; pero cuando Adán y Eva se rebelaron, alienándose a sí mismos frente a Dios y trayendo condenación sobre ellos y toda Ia humanidad sucesiva, Dios tuvo que proveer un camino para traer a la humanidad caída de vuelta a Él mismo.
Por medio de Cristo, Él proveyó ese camino, colocando los pecados de toda Ia humanidad sobre Su Hijo libre de pecado; el Padre mismo "cargó en Él el pecado de todos nosotros" (Is. 53:6). Los que confían en ese sacrificio de gracia en su favor son salvados de sus pecados y Dios les da Su misma gloria.
Como los redimidos de Dios, conformados a Ia imagen de Su Hijo, nosotros le glorificaremos por siempre con Ia gloria que Él nos ha dado. AI igual que los veinticuatro ancianos se postran ante Cristo delante de su trono, nosotros también echaremos nuestras coronas de justicia (2 Ti. 4:8), de vida (Stg. 1:12; Ap. 2:10) y de gloria (1 P. 5:4) a los pies de nuestro Salvador, exclamando: "Señor, digno eres de recibir Ia gloria y Ia honra y el poder; porque Tu creaste todas las cosas, y por Tu voluntad existen y fueron creadas" (Ap. 4:10-11).
Nosotros agradecemos al Señor por darnos Ia salvación y Ia vida, Ia paz y el gozo eternos que trae con sigo la salvación; pero nuestro mayor agradecimiento tendrá que ser por el privilegio indescriptible que Dios nos ha dado de glorificar a Cristo por toda la eternidad.
Pg. 548-550