Del Comentario
Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de vosotros (1:3)
Gracias viene de eucharisteō, palabra de la cual se deriva “eucaristía”, término que suele usarse para referirse a la Cena del Señor. En esa ordenanza los creyentes dan gracias a Dios al rememorar el sacrificio vicario de Cristo en la cruz. En este caso, Pablo da gracias por sus hermanos y hermanas espirituales en Filipos quienes, a lo largo de los años, habían sido motivo de tanta bendición y gozo para él.
La expresión mi Dios refleja la profunda intimidad y comunión de Pablo con el Señor, a quien pertenecía y servía (Hch. 27:23). Su gratitud por los filipenses era a Dios, lo cual pone de relieve que el Señor es la fuente última de todo gozo y que la relación de los filipenses con él por medio de Cristo era lo que impulsaba a Pablo a dar gracias… a Dios. Pablo manifestó una gratitud similar por los creyentes en Corinto (1 Co. 1:4), en Colosas (Col. 1:3) y en Tesalónica (1 Tes. 1:2; cp. 2:13), y por sus amados compañeros en la obra, Timoteo (2 Ti. 1:3) y Filemón (Flm. 4).
Los recuerdos que tenía Pablo de los filipenses empiezan con su segundo viaje misionero, cuando el apóstol fue por primera vez a Filipos. El Espíritu Santo lo guió de manera específica a ir a Macedonia (la provincia donde está ubicada Filipos) y no a Bitinia, como habían planeado con Silas (Hch. 16:7-10). El día de reposo, salieron de la ciudad a la ribera del río, donde esperaban encontrar adoradores judíos. (Es evidente que no había suficientes hombres judíos en Filipos para formar una sinagoga). Los únicos presentes conformaban un grupo de mujeres que oraban. Una de ellas era Lidia, que “adoraba a Dios”, lo cual significa que era una gentil y prosélita del judaísmo. El Señor abrió su corazón para recibir a Cristo. Al escuchar el Evangelio, ella fue bautizada junto con su familia recién convertida, e instó a Pablo y a sus compañeros a hospedarse en su casa (Hch. 16:13-15). Lidia y su familia fueron los primeros cristianos convertidos en Europa; y llegaron a ser el centro de la primera iglesia en ese continente. La generosidad y hospitalidad que ellos manifestaron fueron virtudes que perduraron durante años en aquella congregación.
No cabe duda de que Pablo se acordaba también de la joven esclava en Filipos que tenía un demonio de adivinación, por el cual sus amos ganaban mucho dinero. Ella siguió al apóstol y a sus compañeros durante varios días y “daba voces, diciendo: Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación”. Entonces, “desagradando a Pablo, éste se volvió y dijo al espíritu: Te mando en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella. Y salió en aquella misma hora” (Hch. 16:16-18). Aunque Lucas no lo relata de manera específica, es probable que, al igual que Lidia, la joven naciera de nuevo y se convirtiera en una hermana en Cristo a quien Pablo ahora recordaba con cariño.
Pablo también pudo haberse acordado del tiempo que pasó en prisión en Filipos por causa de los amos de la joven esclava, quienes perdieron una gran fuente de ganancia e incitaron a la población contra él y contra Silas (Hch. 16:19-23). El Señor no solo les dio paz y gozo a pesar de sus cadenas y puso canciones en sus corazones (Hch. 16:25), sino que también se sirvió de ese cautiverio para traer la salvación al carcelero y a su familia (Hch. 16:26-34). Al salir de la ciudad tras haber sido liberados de la prisión, Pablo y Silas fueron a la casa de Lidia por última vez y recibieron aliento de los muchos creyentes que vinieron a verlos allí (Hch. 16:40).
En gran medida, el gozo de Pablo se basaba en los recuerdos gratos y afectuosos de creyentes que, al igual que los filipenses, permanecían fieles al Señor, a sus hermanos en la fe, y a él.