martes, 24 de abril de 2018
Los cristianos y someterse al Gobierno
(Romanos 13)
Del Comentario
Sométase toda persona a las autoridades superiores; (Romanos 13:1a)
El mandato básico es sencillo y conciso: Sométase toda persona a las autoridades superiores. En el sentido más amplio, toda persona se aplica a todos los seres humanos porque el principio declarado aquí refleja el plan universal de Dios para la humanidad. Por otra parte, Pablo habla aquí de manera específica a los cristianos y declara en efecto, que el cristianismo y la buena conducta ciudadana van de la mano. Como él prosigue a explicar, la sumisión a las autoridades superiores incluye mucho más que limitarse a obedecer las leyes civiles. También incluye el honor y respeto genuinos hacia los gobernantes y los funcionarios oficiales como agentes de Dios que mantienen el orden y la justicia en la sociedad humana.
Debido a que el apóstol estaba escribiendo a la iglesia en Roma, la capital del imperio, algunos intérpretes sugieren que estaba dando una advertencia única y exclusiva para los cristianos que vivían allí debido al mayor peligro que corrían los traidores e insurrectos reales o imaginados. La mayoría de las personas no disfrutaban la protección legal de una presunción de inocencia, y en especial con relación a crímenes contra el estado. Al ser considerada como una secta del judaísmo con todas sus inclinaciones a la rebeldía, la iglesia era foco de sospechas.
Por el contrario, los argumentos de Pablo aquí, al igual que en otras enseñanzas similares en el Nuevo Testamento, dejan en claro que el principio de sujeción a la autoridad humana se aplica a todos los creyentes en cualquier parte del mundo y bajo cualquier forma de gobierno. Pedro escribió a creyentes "expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia" (1 P. 1:1) y les dijo: "Por causa del Señor, someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya a los gobernadores, como por Él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien. Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos; como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios. Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey" (1 P. 2:13-17).
Como siempre, Pablo siguió al pie de la letra su propia instrucción. Después de haber sido acusado en falso de quebrantar la ley romana, él y Silas fueron azotados con varas, arrojados a un calabozo y sujetados a un cepo. A pesar de esto, ninguno de los dos denostó a quienes les maltrataron con tal brutalidad ni exigieron respeto a sus derechos por parte de las autoridades, sino que se dispusieron a pasar su primera noche en la cárcel, hasta que el Señor los Iibertó de forma milagrosa: "orando y cantando himnos a Dios" (Hch. 16:25).
Georgi Vins es un pastor ruso quien por muchos años antes de la caída del comunismo soviético, sufrió al lado de muchos otros una gran persecución a causa de su fe. No obstante, él relata que sin importar cuán severa pudiera ser la represión y el maltrato en su contra, pastores y otros cristianos estaban determinados a obedecer todas las leyes, fuesen justas o injustas, a excepción de las leyes que les obligasen a dejar de adorar a Dios o a desobedecer la Palabra de Dios. Ellos siguieron la amonestación de Pedro y sufrieron de buena voluntad "haciendo el bien" y no "haciendo el mal" (1 P. 3:17). Cada uno de ellos se abstuvo de padecer "como homicida, o ladrón, o malhechor, o por entremeterse en lo ajeno", y más bien estuvo dispuesto a sufrir con gusto "como cristiano" (4:15-16).
Los creyentes deben ser ciudadanos modelo conocidos por guardar la ley y no por armar pleitos, por ser obedientes y no rebeldes, respetuosos del gobierno y no como detractores. Debemos pronunciarnos en contra del pecado, la injusticia, la inmoralidad y la impiedad con dedicación y sin temor, pero lo debemos hacer dentro del marco establecido por la ley civil y teniendo respeto por las autoridades civiles. Debemos conducirnos como una sociedad piadosa que hace el bien y vive en paz dentro de una sociedad impía, manifestando nuestras vidas transformadas con el objeto de que el poder salvador de Dios pueda verse con claridad.
En su importante libro titulado Hacia una vision bíblica del gobierno civil, Robert D. Culver escribe:
Los miembros de iglesia cuyo activismo cristiano ha consistido en levantar pancartas, marchar, protestar y clamorear, harían bien en observar por un momento al autor de estos versículos [Ro. 13:1-7] y le verán primero dedicado a la oración, luego intercambiando consejos con sus amigos, y después de eso, predicando en las casas y en las plazas. Cuando Pablo era escuchado por las autoridades, era para defender sus acciones como predicador (así fuese en las calles) del camino al cielo. ([Chicago: Moody Press, 1975], p. 262, cursivas en el original)
La expresión sométase es la traducción de hupotasso, que se empleaba con frecuencia como un término militar que se refería a soldados que por su rango estaban sujetos bajo la autoridad absoluta de un oficial superior. El verbo se presenta aquí en imperativo pasivo y esto significa ante todo que el principio es un mandato, no una opción; y segundo, que el cristiano debe colocarse por voluntad propia bajo sumisión a todas las autoridades superiores sin importar cuáles sean.
Pablo no presenta condiciones para tal sumisión a toda autoridad civil, pero debe hacerse de manera voluntaria. En su primera carta a Timoteo, Pablo exhorta a que "se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad" (1 Ti. 2:1-2), y no hay excepciones a este mandato en relación a Ia competencia o incompetencia de los gobernantes, a su moralidad o inmoralidad, crueldad o bondad o aun a su temor de Dios o impiedad. El apóstol da Ia misma instrucción en su carta a Tito, a quien escribió: "Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra. Que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres" (Tit. 3:1-2). También amonestó a los cristianos tesalonicenses diciendo: "Y que procuréis tener tranquilidad, y ocuparos en vuestros negocios, y trabajar con vuestras manos de Ia manera que os hemos mandado, a fin de que os conduzcáis honradamente para con los de afuera, y no tengáis necesidad de nada" (1 Ts. 4:11-12).
Durante los primeros siglos de vida de Ia iglesia, muchos cristianos estaban tan poco involucrados con las sociedades en que vivían, que en ocasiones eran considerados como forasteros en sus propias comunidades. No es que fueran insensibles o que dejaran de amar o interesarse en los demás, sino que llevaban vidas muy separadas y alejadas del resto de Ia sociedad. Aunque no eran pacifistas ni se oponían al gobierno civil, pocos cristianos prestaban el servicio militar o ejercían cargos oficiales. El escritor cristiano Tertuliano del siglo tercero comentó que en el Imperio Romano pagano, los cristianos no eran ejecutados por enseñanzas o conductas que se pudieran considerar peligrosas, sino para sus supuestas tendencias antisociales. Aun a pesar de que ese juicio era sesgado, de todas maneras reflejaba el enfoque de Ia iglesia en el reino de Dios y no en los reinos de los hombres. Lo triste es que ese enfoque ha dejado de caracterizar a gran parte de la iglesia en la actualidad. Incluso las batallas espirituales y morales son libradas con medios mundanos y materialistas. Muchas de "las armas de nuestra milicia" en realidad son carnales e ineficaces, antes que espirituales y "poderosas en Dios para Ia destrucción de fortalezas" (2 Co. 10:4).
El principio de la obediencia civil se aplicaba de igual manera en el Antiguo Testamento. Aun mientras su pueblo era cautivo en Ia tierra distante y pagana de Babilonia, el Señor les ordenó por medio de una carta del profeta Jeremías: "Procurad Ia paz de Ia ciudad a Ia cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en Su paz tendréis vosotros paz" (Jer. 29:7).
Como se aludió antes, solo existe una limitación a Ia obligación que el creyente tiene en sometimiento al Señor de ejercer una sujeción voluntaria y completa a Ia autoridad civil: cualquier ley o mandato que exija su desobediencia a Ia Palabra de Dios.
Cuando el faraón ordenó a las parteras Sifra y Fúa que mataran a todos los bebés varones cuando fueran dados a luz, ellas "temieron a Dios, y no hicieron como les mandó el rey de Egipto, sino que preservaron la vida a los niños" (Ex. 1:17). Debido a que esas mujeres rehusaron desobedecer a Dios cometiendo homicidio, Dios honró esa desobediencia civil e "hizo bien a las parteras; y el pueblo se multiplicó y se fortaleció en gran manera. Y por haber las parteras temido a Dios, Él prosperó sus familias" (vv. 20-21). Cuando los cuatro jóvenes judíos llamados Daniel, Sadrac, Mesac y Abednego recibieron la orden de comer "de la provisión de la comida del rey, y del vino que él bebía", ellos con todo respeto se rehusaron porque les habría significado contaminarse al quebrantar las leyes mosaicas sobre la dieta. A fin de evitar que el rey fuese ofendido, Daniel sugirió al jefe de los eunucos que les dieran a ellos cuatro "legumbres a comer, y agua a beber. Compara luego nuestros rostros con los rostros de los muchachos que comen de la ración de la comida del rey, y haz después con tus siervos según veas. Consintió, pues, con ellos en esto, y probó con ellos diez días". Dios honró y bendijo esa fidelidad, y " al cabo de los diez días pareció el rostro de ellos mejor y más robusto que el de los otros muchachos que comían de la porción de la comida del rey" (Dn. 1:5, 12-15).
Es importante advertir que aunque ellos rehusaron hacer lo que Dios había prohibido, esos cuatro hombres fieles de Dios mostraron respeto por la autoridad humana que tuvieron que desobedecer. Cuando Daniel habló en nombre de todos, no exigió que recibieran un trato especial a causa de sus creencias, sino que con todo respeto "pidió, por tanto, el jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse" (v. 8, cursivas añadidas), y se refirió a los cuatro como "siervos" del jefe (vv. 12-13). Al obedecer a Dios, no fueron irrespetuosos y se abstuvieron de reprochar o porfiar la autoridad civil con la intención de parecer más justos que los demás.
Otros dos relatos conocidos de desobediencia civil justificable también se encuentran registrados en ese libro. Cuando el rey Nabucodonosor mandó a Sadrac, Mesac y Abed-nego que adoraran a sus dioses y la imagen de oro que había erigido, ellos "respondieron al rey Nabucodonosor, diciendo: No es necesario que te respondamos sobre este asunto. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado" (Dn. 3:16-18). Dios bendijo de nuevo su fidelidad, a tal punto que "el fuego no había tenido poder alguno sobre sus cuerpos, ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de fuego tenían" (v. 27).
Por instigación de sus subalternos y sátrapas, quienes estaban celosos del favor que Daniel gozaba por parte de la realeza, Darío, un rey posterior sobre Babilonia, ratificó un edicto real en el cual se establecía "que cualquiera que en el espacio de treinta días demande petición de cualquier dios u hombre fuera de ti, oh rey, sea echado en el foso de los leones" (Dn. 6:7). Daniel con todo respeto pero también con firmeza, rehusó obedecer el decreto, y el rey no sin vacilación ordenó que el profeta fuese arrojado al foso de los leones. Una vez más, Dios honró la fidelidad de Su siervo. "Y fue Daniel sacado del foso, y ninguna lesión se halló en él, porque había confiado en su Dios" (v. 23). Aquí también es importante advertir la falta de malicia de Daniel y su respeto genuino hacia la autoridad humana que se vio obligado a desobedecer por motivos de conciencia. Después de ser librado por Dios sin sufrir daño alguno, él dijo: "Oh rey, vive para siempre" (v. 21).
Cuando los líderes judíos de Jerusalén advirtieron a Pedro y a Juan "que en ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesus" (Hch. 4:18), los apóstoles contestaron: 'Juzgad si es justa delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos vista y oído" (Hch. 4:19-20). El Señor había ordenado: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura" (Mr. 16:15; Mt. 28:19-20), y por ende obedecer el mandato de esos gobernantes humanos habría significado desobedecer a su gobernante divino, lo cual no estaban dispuestos a hacer. Cuando Pedro y Juan persistieron en su evangelización, los líderes judíos les intimaron de nuevo: "¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en Ese nombre? Y ahora habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina, y queréis echar sobre nosotros la sangre de ese hombre. Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch. 5:28-29).
Como creyentes individuales, los miembros de una iglesia local están en la obligación de acatar leyes civiles tales como normas de tránsito, pautas de zonificación, códigos de construcción, regulaciones de seguridad en caso de incendios y todas las demás leyes y regulaciones que no les lleven a desobedecer la Palabra de Dios. Una iglesia solo puede justificar su desobediencia de una orden que por ejemplo, les exija aceptar homosexuales como miembros de la iglesia o contratarlos para trabajar en la iglesia como parte del personal.
Casi en todo el mundo hoy día, incluyendo muchos territorios que antes estuvieron bajo el comunismo, los cristianos muy rara vez se ven abocados a una situación en la que les sea necesario "obedecer a Dios antes que a los hombres". Por lo tanto, nuestra obligación más común consiste en obedecer tanto a Dios como a los hombres.
Hace algunos años, la división de impuestos del estado de California emitió un formulario extenso y con palabras rebuscadas que exigía a todas las organizaciones exentas del pago de impuestos, incluidas las iglesias, garantizar y certificar que no participaban ni estaban dispuestas a participar en actividades políticas de cualquier tipo. Cierto número de congregaciones locales no dieron su brazo a torcer, por así decirlo, y se negaron a firmar el certificado, lo cual resulto en la incautación oficial de sus propiedades y edificios. Un prominente abogado cristiano hablo con las autoridades estatales a favor de las iglesias, aunque no tenía relación alguna con ellas ni le habían solicitado que interviniera.
Él explico que la conciencia de un cristiano a veces le exige tomar ciertas posiciones sobre asuntos morales relacionados con leyes civiles, pero que esas posiciones provienen de convicciones religiosas basadas en la Biblia, no en alguna ideología política. Los funcionarios oficiales apreciaron su explicación y redactaron de nuevo el formulario para que los derechos religiosos quedaran mejor protegidos. Por supuesto, conflictos de esta clase no siempre se resuelven de una manera tan favorable, pero las iglesias y los creyentes como individuos deberían hacer todos los esfuerzos de su parte para explicar con cuidado y respeto las razones por las cuales preferirían que una ley o mandato civil cambiara, cuando crean que estos les traten de obligar a desobedecer la ley y la Palabra de Dios.
En la mayoría de los asuntos debemos respetar y obedecer las leyes y ordenanzas civiles; y lo debemos hacer sin refunfuñar. Aun cuando la conciencia no nos deja otra alternativa que desobedecer la autoridad humana, debemos hacerlo con respeto y dispuestos a sufrir cualquier clase de castigo o consecuencias que esa decisión traiga como resultado.
Aunque Él envía a lo Suyos "como a ovejas en medio de lobos", nuestro Señor nos manda ser "prudentes como serpientes, y sencillos como palomas" Mt. 10:16). Debemos mantenernos cautelosos, preparados y pendientes de lo que sucede alrededor de nosotros y en el mundo, pero ese no debe ser el foco de nuestra atención, y nuestra manera de vivir en medio de todo ello debe ser inocente, libre de toda ansiedad, mala voluntad, rencor y justicia en nuestra propia opinión. "Guardaos de los hombres, porque os entregaran a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán"(Mt. 10:17), continuo Jesús en Su advertencia; "y aun ante gobernadores y reyes seréis llevados por causa de Mí, para testimonio a ellos y a los gentiles. Mas cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar" (Mt. 10:18-19). Además de todo: "el hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y los hijos se levantarán contra los padres, y los harán morir. Y seréis aborrecidos de todos por causa de Mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo" (vv. 21-22).
La persecución no es causa para la rebelión sino para la resistencia paciente y la justicia. No es que un cristiano deba buscar la persecución o no tratar de escapar de ella cuando le sea posible. La persecución en si misma carece de valor espiritual. Por esa razón Jesús también les dijo: "cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra" (v. 23).
Sin importar cuáles sean los defectos del gobierno, muchos de los cuales son inmorales, injustos e impíos, los cristianos deben llevar vidas pacíficas y de oración que influencien al mundo por su piedad y abnegación, no con protestas, marchas y manifestaciones, mucho menos con actos de rebelión. Al igual que los profetas del Antiguo Testamento, nosotros tenemos tanto el derecho como la obligación de confrontar y oponernos a los pecados y males de nuestra sociedad, pero solo como el Señor lo hace y solo en Su poder, no a la manera del mundo. De ese modo, dice Pablo, nuestras vidas serán "buenas y útiles a los hombres" (Tit. 3:8) porque así les mostrarán el poder de Dios para salvar y transformar, y les darán la oportunidad de ver cómo es una persona que ha sido salvada del pecado.
Pages 229 - 235
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