Del Comentario
Filemón es una carta que tiene como telón de fondo el fenómeno de la esclavitud; y es imposible apreciarla en toda su dimensión sin entenderla un poco en el contexto del Imperio Romano.
La esclavitud era parte de la vida cotidiana del mundo antiguo. De hecho, toda la estructura de la sociedad romana se basaba en ella. “La esclavitud creció junto con el estado romano hasta que transformó la base económica de la sociedad aboliendo el trabajo libre y transfiriendo casi todas las industrias a manos de los esclavos” (Marvin R. Vincent, The Epistles to the Philippians and to Philemon, International Critical Commentary [Las epístolas a los filipenses y a Filemón, Comentario crítico internacional] [Edinburgh: T. & T. Clark, 1979], p. 162). Durante el período de las guerras de conquista, la mayoría de los esclavos eran prisioneros de guerra. No obstante, en la época en la cual fue escrito el Nuevo Testamento, la mayoría de los esclavos había nacido en la esclavitud. La cifra de esclavos era enorme, alcanzando cerca de un tercio de toda la población del imperio.
Se consideraba que los esclavos no eran en realidad personas bajo la ley, sino solo una propiedad de sus amos. Podían ser vendidos, intercambiados, regalados o utilizados como pago por las deudas de su amo. Un esclavo no tenía derechos legales para casarse y en caso de cohabitación, debía ser aprobado y supervisado por su amo. Como ya hemos visto, los amos tenían un poder casi ilimitado para castigar a sus esclavos. El escritor romano Juvenal relató la historia de una mujer rica que ordenó la crucifixión de un esclavo y se negó a justificar el motivo, aparte del placer personal que le procuraba hacerlo.
Sin embargo, durante la era del Nuevo Testamento, la esclavitud había comenzado a cambiar. El trato que se daba a los esclavos estaba mejorando debido en parte a que los amos se dieron cuenta de que los esclavos satisfechos trabajaban mejor. Aunque aún no habían sido reconocidos como personas, los esclavos comenzaron a adquirir algunos derechos legales. En el año 2, el senado romano decretó que los esclavos acusados de crímenes debían ser juzgados en igualdad a los hombres libres (A. Rupprecht, “Slave, Slavery”, en The Zondervan Pictorial Encyclopedia of the Bible [“Esclavo, esclavitud”, en Enciclopedia de imágenes bíblicas de Zondervan], ed. Merrill C. Tenney [Grand Rapids: Zondervan, 1977], 5:459). En algunos casos, se reconocía el valor de sus propias determinaciones; y con frecuencia, se les permitió tener propiedades.
Los esclavos a menudo aventajaban a los hombres libres. Tenían alimento, vestido y abrigo; en tanto que los hombres libres y menesterosos, a menudo dormían en las calles o en refugios baratos. Los hombres libres no tenían seguridad laboral y podían perder toda su subsistencia en momentos de escasez económica. Muchos esclavos comían y se vestían tan bien como los hombres libres.
Los esclavos podían ser médicos, músicos, maestros, artistas, libreros y contadores. En ocasiones, un romano instruía a su esclavo en su propio oficio. Tenían oportunidades para educarse y formarse en casi cualquier disciplina.
Durante el primer siglo, la libertad era una posibilidad real para muchos esclavos. A menudo, los amos alimentaban en ellos la esperanza de la libertad para estimularlos a realizar un mejor trabajo. Muchos compartían amistades muy estrechas con sus amos y eran amados y cuidados con prodigalidad. En muchos casos, los esclavos no habrían aceptado la libertad si se les hubiera ofrecido, pues su trabajo les resultaba agradable y beneficioso. Los esclavos también podían pagar su propia libertad. Los amos, por su parte, podían indicar en su testamento la liberación de sus esclavos o la concesión de una parte de sus bienes después de su muerte. La concesión de la libertad a los esclavos era una práctica difundida. Un estudio señaló que en el período de 81-49 a.C. quinientos mil esclavos habían sido liberados (Rupprecht, 5:458). Durante el período de Augusto César, se liberaban tantos esclavos debido a la muerte de sus amos, que fue necesario dictar una ley que limitara esta práctica (Rupprecht, 5:459). En promedio, un esclavo debía esperar entre siete y veinte años para recibir su libertad.
Resulta interesante notar que el Nuevo Testamento no se opone a la esclavitud de manera explícita. Si Jesús y los apóstoles hubieran actuado de otra manera, el resultado bien podría haber sido el caos. Cualquier insurrección de esclavos habría despertado la más violenta ofensiva, llevando a miles a ser masacrados. El Evangelio habría sido consumido en aras de un mensaje de reforma social. A esto se agrega el hecho de que las relaciones correctas entre amos y esclavos instauraron una institución social viable, por no decir ideal.
No obstante, el cristianismo sembró las semillas que posteriormente trajeron la abolición de la esclavitud. Esta se destruiría no mediante la sublevación social, sino a través de corazones transformados. La carta a Filemón ilustra ese principio. Pablo no le ordenó a Filemón liberar a Onésimo ni pronunció enseñanza alguna en contra de la esclavitud. Pero al instarle a tratar a Onésimo como a un hermano (Flm. 16; cp. Ef. 6:9; Col. 4:1) Pablo desechó las injusticias de la esclavitud. Marvin Vincent comenta al respecto: “Los principios del Evangelio no solo redujeron los abusos cometidos por la esclavitud, sino que terminaron destruyéndola, pues su existencia no era posible sin ellos. Exterminar los abusos de la esclavitud significaba destruir a la esclavitud misma” (Vincent, Philemon [Filemón], p. 167).
Un escritor resumió la importancia de Filemón en relación con la esclavitud con las siguientes palabras:
La Epístola presenta de manera vívida todo el problema de la esclavitud en la iglesia cristiana. No se denuncia la esclavitud ni siquiera en su esencia. El apóstol trata con la situación tal como se presenta. Da por sentado que Filemón tiene derechos de posesión sobre la vida de Onésimo y no pretende interferir en su posición de autoridad. No obstante, en una sola frase llena de significado, Pablo transforma el carácter mismo de la relación entre amo y esclavo. Onésimo ya no regresa como un esclavo, sino como un hermano amado (v. 16). Es evidente la contradicción que resulta al afirmar que un amo cristiano “posee” a otro hermano en Cristo en lo que esto significa en la actualidad, y aunque las costumbres de la sociedad del momento no podían ser transformadas de inmediato por el cristianismo sobre la base de una revolución política (lo cual es en esencia contrario a los principios cristianos), la relación cristiana entre amo y esclavo experimentó una transformación tal desde entonces que condujo inevitablemente a la abolición del sistema (Donald Guthrie, New Testament Introduction [Introducción al Nuevo Testamento] [Downers Grove, Ill.: InterVarsity, 1970], p. 640).
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