Del Comentario
Ninguno puede venir a Mí, si el Padre que me envió no le trajere; y Yo le resucitaré en el día postrero. (Juan 6:44)
Entonces Jesús pronunció unas de sus palabras más solemnes: “Ninguno puede venir a Mí, si el Padre que me envió no le trajere”. Con ellas Él enfatizaba la inutilidad y completa incapacidad humana para responderle, en ausencia del llamamiento soberano de Dios. Los incrédulos son incapaces de ir a Jesús por su propia iniciativa (véase la explicación del v. 37 ya dada). Si Dios no atrajera irresistiblemente a los pecadores cerca de Cristo, ninguno podría ir a Él.
Algunos teólogos exponen el concepto de gracia preveniente para explicar cómo han perdido los pecadores el derecho de aceptar o rechazar el Evangelio por su propio albedrío. Millard J. Erickson explica:
Como se entiende en general, la gracia preveniente es aquella que Dios da a todos los hombres sin discriminar. Se ve en la lluvia y el sol que Dios envía para todos. También es la base de toda la bondad en todos los hombres. Más allá de eso, se da universalmente para contrarrestar el efecto del pecado… Todo el mundo está en capacidad de aceptar la oferta de la salvación porque Dios ha dado Su gracia a todos; en consecuencia, no hay necesidad de alguna aplicación especial de la gracia de Dios a individuos particulares (Christian Theology [Teología cristiana] [Grand Rapids: Baker, 1985], p. 3:920).
Pero la Biblia indica que el hombre caído es incapaz, por su propia voluntad, de venir a Jesucristo. Quienes no han sido regenerados están muertos en el pecado (Ef. 2:1; Col. 2:13), son sus esclavos (Jn. 8:34; Ro. 6:6, 17, 20), son extraños para Dios (Col. 1:21) y le son hostiles (Ro. 5:10; 8:7). Son ciegos espirituales (2 Co. 4:4), están cautivos (2 Ti. 2:26), atrapados en el reino de Satanás (Col. 1:13), no tienen poder para cambiar su naturaleza pecaminosa (Jer. 13:23; Ro. 5:6), son incapaces de agradar a Dios (Ro. 8:8) y de entender la verdad espiritual (1 Co. 2:14; cp. Jn. 14:17). Aunque la voluntad humana participa cuando el hombre viene a Cristo (pues nadie se salva si no cree el Evangelio; Mr. 1:15; Hch. 15:7; Ro. 1:16; 10:9-15; Ef. 1:13), los pecadores no pueden ir a Él por su propio libre albedrío (aún más, una comparación del v. 44 con el v. 37 muestra que el acercamiento de Dios no puede aplicarse a todos los no regenerados, como argumentan los proponentes de la gracia preveniente, porque el v. 37 limita los redimidos a aquellos que el Padre entregó a Cristo). Irresistible y eficientemente, Dios acerca a Cristo solo a aquellos que escogió para salvación en el pasado eterno (Ef. 1:4-5, 11).
Una vez más, Jesús repitió la promesa maravillosa según la cual se acercarán los que el Padre ha escogido, irán, se les recibirá y Él los resucitará en el día postrero (vv. 39-40, 54). Cristo guardará a todo el que vaya a Él; no hay ninguna posibilidad de que se pierda siquiera una persona que el Padre le haya dado (véase la explicación anterior del v. 39).
Pg. 250 – 251