Del Comentario
Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. (Apocalipsis 21:4-6a)
El cielo será tan diferente al del mundo actual, que para describirlo se requiere de expresiones negativas, así como también de las anteriores cosas positivas. El describir lo que está totalmente fuera del alcance del entendimiento humano, también requiere señalar cuánto difiere de la presente experiencia humana.
El primer cambio que experimentarán los creyentes en el cielo, con relación a su vida terrenal, es que enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos (cp. 7:17; Is. 25:8). Eso no quiere decir que las personas que lleguen al cielo estarán llorando y Dios las consolará. No estarán, como algunos piensan, llorando al enfrentar el registro de sus pecados. No hay tal registro, porque "ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús" (Ro. 8:1), ya que Cristo "llevó Él mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados" (1 P. 2:24). Lo que declara es la ausencia de cualquier cosa por la que sentir pesar; no habrá tristezas, ni desconsuelos, ni dolor. No habrá lágrimas por desgracias, lágrimas por amores perdidos, lágrimas de remordimiento, lágrimas de arrepentimiento, lágrimas por la muerte de seres queridos o lágrimas por cualquier otra razón.
Otra notable diferencia del mundo actual será que en el cielo ya no habrá muerte (cp. Is. 25:8). Ya no habrá esa gran maldición sobre la humanidad. Como prometió Pablo, "sorbida es la muerte en victoria" (1 Co. 15:54). Tanto Satanás, que tenía el poder de la muerte (He. 2:14), como la misma muerte, habrán sido lanzados al lago de fuego (20:10, 14).
Ni habrá más llanto, ni clamor en el cielo. La aflicción, la tristeza y la angustia, que producen llanto, y su manifestación externa, el clamor, no existirán en el cielo. Esa gloriosa realidad será el cumplimiento de Isaías 53:3-4: "Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de Él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó Él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido". Cuando Cristo llevó los pecados de los creyentes en la cruz, también llevó sus tristezas, ya que el pecado es la causa de la tristeza.
La santidad perfecta y la ausencia de pecado que distinguirán al cielo, harán también que no haya más dolor. En la cruz, Jesús "herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre Él, y por Su llaga fuimos nosotros curados" (Is. 53:5). Aunque el versículo trata principalmente la sanidad espiritual, también incluye Ia sanidad física. Comentando sobre la sanidad que Jesús hiciera en Ia suegra de Pedro, Mateo 8:17 dice: "para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias". El ministerio de sanidad de Jesús fue un avance del bienestar que distinguirá el reino milenario y el estado eterno. Los cuerpos glorificados, libres de pecado, que poseerán los creyentes en el cielo, no estarán sujetos a dolor de ningún tipo.
Todos estos cambios que distinguirán al cielo nuevo y la tierra nueva, indican que las primeras cosas pasaron. Toda antigua experiencia humana relacionada con la creación original y la caída, ha desaparecido por siempre, y con ella todo el pesar, el sufrimiento, la tristeza, la enfermedad, el dolor y la muerte que la ha caracterizado desde la caída. Resumiendo todos estos cambios de una forma positiva, el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, Yo hago nuevas todas las cosas. El que estaba sentado en el trono es el mismo "de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos" (20:11). Como se observa en el capítulo 17 de este volumen, el universo actual será "descreado". El cielo nuevo y la tierra nueva serán en realidad una nueva creación; y no simplemente una restauración del cielo y de Ia tierra actuales. En esta nueva y perpetua creación, no habrá entropía, ni atrofia, ni decadencia, ni deterioro, ni desperdicios.
Abrumado por todo lo que ha visto, Juan parece haber perdido su concentración, por lo que el mismo Dios glorioso y majestuoso que se sienta en el trono le dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas (cp. 1:19). Las palabras que Dios le dijo a Juan que escribiera, son tan fieles y verdaderas (cp. 22:6) como el mismo que se las revelaba (3:14; 19:11). Aunque los actuales "cielo y tierra pasarán", a pesar de eso, sus "palabras no pasarán" (Lc. 21:33). El universo llegará a su fin, pero no sucederá así con Ia verdad que Dios revela a Su pueblo. Sea que los hombres entiendan o no esa verdad, y Ia crean o no, ocurrirá de todos modos.
También, a modo de resumen, la majestuosa voz del que está sentado en el trono del cielo le dijo a Juan: Hecho está. Esas palabras recuerdan las palabras de Jesús en la cruz: "Consumado es" (Jn. 19:30). Las palabras de Jesús señalaron la conclusión de la obra de redención; esas palabras marcan el fin de Ia historia de la redención. Es el tiempo del que escribió Pablo en 1 Corintios 15:24-28:
Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que Él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. Porque todas las cosas las sujetó debajo de Sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas ahí claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas. Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a Él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos.
El que estaba sentado en el trono es competente para declarar el fin de la historia de la redención, porque Él es el Alfa y la Omega (la primera y última letras del alfabeto griego; cp. 1:8), el principio y el fin (cp. Is. 44:6; 48:12). Dios dio inicio a la historia, y Él la hará terminar, y toda ella se ha desarrollado según Su plan soberano. Que esta misma frase se aplique al Señor Jesucristo en 22:13 presenta una prueba de Su plena deidad e igualdad con el Padre.
Pgs. 268 – 270