martes, 17 de abril de 2018
La comunión y el cuerpo de Cristo
(Juan 6)
Del Comentario
Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis Su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come Mi carne y bebe Mi sangre, tiene vida eterna; y Yo le resucitaré en el día postrero. Porque Mi carne es verdadera comida, y Mi sangre es verdadera bebida. El que come Mi carne y bebe Mi sangre, en Mí permanece, y Yo en él. Como me envió el Padre viviente, y Yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por Mí. Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente. Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Capernaum (Juan 6:53-59).
Aunque se enfrentaba a su incredulidad intencional, Jesús no bajó el tono, suavizó o aclaró Sus palabras. En lugar de eso, hizo Sus enseñanzas más difíciles de tragar agregando el concepto escandaloso de beber Su sangre. Beber sangre o comer algo que todavía tuviese sangre estaba estrictamente prohibido por la ley en el Antiguo Testamento:
Si cualquier varón de la casa de Israel, o de los extranjeros que moran entre ellos, comiere alguna sangre, Yo pondré mi rostro contra la persona que comiere sangre, y la cortaré de entre su pueblo. Porque la vida de la carne en la sangre está, y Yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona. Por tanto, he dicho a los hijos de Israel: Ninguna persona de vosotros comerá sangre, ni el extranjero que mora entre vosotros comerá sangre. Y cualquier varón de los hijos de Israel, o de los extranjeros que moran entre ellos, que cazare animal o ave que sea de comer, derramará su sangre y la cubrirá con tierra. Porque la vida de toda carne es su sangre; por tanto, he dicho a los hijos de Israel: No comeréis la sangre de ninguna carne, porque la vida de toda carne es su sangre; cualquiera que la comiere será cortado (Lv. 17:10-14; cp. 7:26-27; Gn. 9:4; Dt. 12:16, 23-24; 15:23; Hch. 15:29).
Por supuesto, Jesús no estaba hablando de beber literalmente el fluido de sus venas, como no estaba hablando de comer su carne literalmente. Las dos metáforas se refieren a la necesidad de aceptar el sacrificio de Cristo. En el Nuevo Testamento, el término sangre es con frecuencia una metonimia gráfica
de la muerte de Cristo en la cruz como sacrificio supremo por el pecado (Mt. 26:28; Hch. 20:28; Ro. 3:25; 5:9; 1 Co. 11:25; Ef. 1:7; 2:13; Col. 1:20; He. 9:12, 14; 10:19, 29; 13:12; 1 P. 1:2, 19; 1 Jn. 1:7; Ap. 1:5; 5:9; 7:14; 12:11). Su sacrificio era al que apuntaban todos los sacrificios del Antiguo Testamento.
Pero el concepto del Mesías crucificado era un gran obstáculo para Israel. Cuando el Señor dijo: “Yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a Mí mismo” (Jn. 12:32), “le respondió la gente: Nosotros hemos oído de la ley, que el Cristo permanece para siempre. ¿Cómo, pues, dices tú que es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado? ¿Quién es este Hijo del Hombre?” (v. 34). ElCristo resucitado reprendió en el camino a Emaús a dos de Sus discípulos porsu vacilación para aceptar la necesidad de Su muerte: “Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en Su gloria?” (Lc.24:25-26). El apóstol Pablo escribió a los corintios: “Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero” (1 Co. 1:23) y en Gálatas 5:11 se refirió al “tropiezo de la cruz”. Así, el mayor ímpetu en el mensaje de Pablo a los judíos de Tesalónica estaba en “[declarar] y [exponer] por medio de las Escrituras, que era necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos; y que Jesús, a quien yo os anuncio, decía él, es el Cristo” (Hch. 17:3).
Debería notarse que los verbos traducidos coméis y bebéis son aoristos, no tiempos verbales presentes. Eso sugiere una apropiación de una única vez para la salvación de Cristo, no comer ni beber continuamente Su cuerpo y Su sangre, como se representa en la misa católica (véase la explicación anterior sobre el v. 52).
En los versículos 53-56, Jesús hizo cuatro promesas para quienes comieran Su carne y bebieran Su sangre. La primera viene dada de forma negativa: quienes rechacen a Jesús no tendrán vida en ellos. Por el lado opuesto, quienes se apropian por fe, tienen esa vida. El Señor les garantiza desde ahora la vida abundante (5:24; 10:10).
La segunda promesa es que quien come Su carne y bebe Su sangre, tiene vida eterna. La vida abundante que experimentan los creyentes en el presente no terminará con la muerte, se expandirá hasta su plenitud y durará para siempre. Es obvio que este versículo no describe un acto ritual cuando se compara con el versículo 40. Los resultados en los dos versículos son los mismos: vida eterna y resurrección. Pero en el versículo 40 esos resultados vienen de ver y creer en el Hijo, mientras que en el versículo 54, vienen de comer Su carne y beber Su sangre. Entonces, se sigue que comer y beber en el versículo 54 son paralelos con ver y creer en el versículo 40.
La tercera promesa, que Cristo resucitará en el día postrero a todos los que comen Su carne y beben Su sangre, se repite por cuarta vez en este pasaje (vv. 39-40, 44). La resurrección para vida eterna es la gran esperanza del creyente (Hch. 23:6; 24:15; cp. Tit. 2:13; 1 P. 1:3); sin ella, el Evangelio cristiano no significa nada. Pablo escribió a algunos de los corintios que cuestionaban la resurrección:
Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que Él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres (1 Co. 15:12-19).
Jesús presentó la cuarta y última promesa declarando que Su carne es verdadera comida y Su sangre es verdadera bebida; el sustento que da la vida de Dios en el creyente. En vista de esto, el Señor declaró: “El que come Mi carne y bebe Mi sangre, en Mí permanece, y Yo en él”. Aquí la promesa es la unión con Cristo. En Juan 14:20, Jesús les prometió a los discípulos: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. En15:5, el Señor declaró: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de Mí nada podéis hacer”. Pablo escribió: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17). Más adelante, en esa misma epístola, el apóstol Pablo exhortó así a los corintios: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” (2 Co. 13:5). A los gálatas escribió: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí” (Gá. 2:20). A los colosenses les recordó: “Es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col. 1:27). Juan escribió en su primera epístola: “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en Su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Jn. 5:20; cp. 2:24; 3:24; 4:13; Jn. 17:21; Ro. 6:3-8; 8:10; 1 Co. 1:30; 6:17; Ef. 3:17; Col. 2:10).
En el versículo 57, Jesús declaró la fuente de Su autoridad para hacer estas promesas: “Como me envió el Padre viviente, y Yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por Mí”. Antes había declarado: “Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo” (5:26). Por lo tanto, quien cree en Jesús vivirá por Él. Jesús tiene la vida en sí mismo y los creyentes también tienen vida en Él.
El Señor concluyó Su magnífica enseñanza repitiendo los pensamientos de los versículos 49 y 50. La invitación es tan clara hoy como en aquel día memorable en la sinagoga de Capernaum. Quien se afana por las cosas materiales morirá como murieron los israelitas rebeldes en el desierto. Pero quien come el Pan que descendió del cielo, vivirá eternamente.
Pg. 259-263
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