Del Comentario
Porque es necesario que el obispo sea irreprensible, como administrador de Dios; no soberbio, no iracundo, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino hospedador, amante de lo bueno, sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo, retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen. (Tito 1:7-9)
Puesto que la predicación y la enseñanza de las Escrituras son dones espirituales que Dios otorga en su soberanía a sus siervos por medio del Espíritu Santo (Ro. 12:7; 1 Co. 12:28), y debido a que los pastores deben ser “aptos para enseñar” (1 Ti. 3:2; 2 Ti. 2:24), la conclusión clara es que todo anciano está dotado de alguna manera y comisionado por el Espíritu Santo para tal fin. La predicación y la enseñanza son aspectos imprescindibles del ministerio. Los dones relacionados con ambas cosas varían, por supuesto, así como los demás dones espirituales varían en grado de un creyente a otro; pero las Escrituras son inequívocas en el sentido de que todo anciano verdadero está equipado por intervención divina para predicar y enseñar la Palabra de Dios.
El fundamento de la enseñanza efectiva de la Palabra es el entendimiento que el mismo pastor tiene de esa revelación y su obediencia a ella. El siervo de Dios debe tener una lealtad inconmovible a las Escrituras.
Antecho (retenedor) significa “aferrarse o adherirse con fuerza a algo o alguien”. Al hablar de la lealtad espiritual, Jesús dijo: “Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Lc. 16:13; cp. Mt. 6:24). Los predicadores y maestros de Dios deben aferrarse a la palabra fiel con devoción ferviente y diligencia invariable.
Palabra es la traducción de logos, que se refiere a la expresión de un concepto, pensamiento o verdad. Con frecuencia se utiliza para aludir a la verdad y voluntad reveladas de Dios. Hablando a los enemigos de Dios, Jesús dijo: “esto es para que se cumpla la palabra que está escrita en su ley: Sin causa me aborrecieron” (Jn. 15:25). Pablo habló de “la palabra de la promesa” de Dios a Abraham: “Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo” (Ro. 9:9), y de su juicio: “porque el Señor ejecutará su sentencia sobre la tierra en justicia y con prontitud” (v. 24).
Logos se emplea con frecuencia como un sinónimo para Escrituras, la Palabra escrita de Dios. Jesús acusó a los fariseos de estar “invalidando la palabra de Dios con [su] tradición que [habían] transmitido” (Mr. 7:13). Al hablar a judíos incrédulos en Jerusalén, nuestro Señor identificó con claridad la Palabra de Dios y las Escrituras, diciendo: “¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?” (Jn. 10:34-36, cursivas añadidas).
Pablo describió las Escrituras como “el buen depósito por el Espíritu Santo” que le había sido encomendado (2 Ti. 1:14) y como “las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios”, continúa el apóstol, “y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Ti. 3:15-17). Pablo encomendó a los ancianos de la iglesia en Éfeso “a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados” (Hch. 20:32). Pedro llamó las Escrituras “la leche espiritual no adulterada”, por la cual los creyentes crecen “para salvación” (1 P. 2:2).
Los pastores, por lo tanto, deben amar la palabra fiel de Dios, respetarla, estudiarla, creerla y obedecerla. Es su alimento espiritual. Cada uno de ellos debe ser “nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina” (1 Ti. 4:6). Esto involucra mucho más que un mero compromiso con la inspiración e inerrancia de las Escrituras, por esencial que esto sea. Se requiere de un compromiso firme con la autoridad y suficiencia de la Palabra de Dios como la única fuente de verdad moral y espiritual.
El liderazgo espiritual de un líder en la iglesia no se fundamenta en sus capacidades naturales, su educación, su sentido común o su sabiduría humana. Se fundamenta en su conocimiento y entendimiento de las Escrituras, en el hecho de que sea retenedor de la palabra fiel, y en su sumisión a la aplicación que el Espíritu Santo hace de las verdades de esa palabra en su corazón y su vida. Un hombre que no es retenedor de la palabra fiel de Dios y que no se ha comprometido a vivirla, no está preparado para predicarla ni enseñarla. Al igual que los apóstoles en la iglesia primitiva, los pastores con efectividad espi- ritual deben dedicarse a persistir “en la oración y en el ministerio de la pala- bra” (Hch. 6:4).