Del Comentario
Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. (2 Timothy 3:16-17)
Antes de examinar el poder santificador de las Escrituras, debe considerarse esta declaración crucial de Pablo. Algunos eruditos sugieren que Toda la Escritura es inspirada debería traducirse “Toda Escritura inspirada por Dios es…”, lo cual dejaría abierta la posibilidad de que alguna parte de la Escritura no está inspirada por Él. Pero esa traducción haría que la Biblia careciera de valor como guía confiable para la verdad divina, porque no tendríamos forma de determinar qué parte está inspirada por Dios y qué parte no. Los hombres quedarían a merced de sus mecanismos finitos y pecaminosos para descubrir qué parte de la Biblia puede ser cierta y qué parte puede no serlo; qué parte es Palabra de Dios y qué parte es conjetura humana. Por tanto, el pensamiento de Pablo es que las Escrituras que dan salvación deben ser inspiradas por Dios. Las palabras de los hombres nunca podrían transformar el interior de la persona (Sal. 19:7).
Además de muchas otras referencias bíblicas específicas a la inspiración y autoridad de la Escritura —algunas de las cuales se mencionan más adelante— es importante notar que las construcciones griegas semejantes en otras partes del Nuevo Testamento (cp. p. ej., Ro. 7:12; 2 Co. 10:10; 1 Ti. 1:15; 2:3; 4:4; He. 4:17) argumentan fuertemente que la perspectiva gramatical toda la Escritura es inspirada es la traducción apropiada. Las Escrituras son la transmisión de la revelación, la inspiración es el medio por el cual se transmite. En las palabras reveladas y registradas originalmente, toda la Escritura es la Palabra infalible de Dios.
El primer adjetivo predicativo que describe la Escritura, a saber, que es inspirada por Dios, se enfoca en la autoridad de su Palabra escrita. Theopneustos (inspirada por Dios) significa literalmente “respirado por Dios” o “respirado de Dios”. En algunas ocasiones, Dios respiró Sus palabras a escritores humanos, para que ellos las registraran como si fuera un dictado. Dijo a Jeremías: “He aquí he puesto Mis palabras en tu boca” (Jer. 1:9). Pero como se ve claramente en las Escrituras, era más usual que la verdad de Dios fluyera en las mentes, almas, corazones y emociones de Sus instrumentos humanos escogidos. Aun así, cualquiera fuera el medio, hubo supervisión divina del registro preciso de la verdad divinamente respirada a hombres escogidos por Dios. De manera sobrenatural, Dios proveyó Su Palabra divina en palabras humanas de modo que cualquier persona —incluso un niño— pueda recibir guía del Espíritu Santo para entenderla lo suficiente para ser salvo.
Es de extrema importancia entender que es la Escritura la que está inspirada por Dios, no los hombres escogidos divinamente para registrarla. Cuando ellos hablaban o escribían sin la revelación de Dios, sus pensamientos, sabiduría y entendimiento eran humanos y falibles. No eran inspirados en el sentido que usualmente se usa para personas con capacidades artísticas, literarias o musicales extraordinarias. Tampoco eran inspirados en el sentido de ser depósitos personales de la verdad divina de modo que pudieran dispensarla a voluntad. Muchos autores de las Escrituras escribieron otros documentos, pero ninguno de esos escritos existe hoy e incluso si se descubrieran no tendrían el peso de las Escrituras. Por ejemplo, sabemos que Pablo escribió al menos dos cartas más a la iglesia de Corinto (1 Co. 5:9; 2 Co. 2:4), pero no se han encontrado copias de esas cartas. Sin duda, las cartas eran piadosas, formadoras en lo espiritual y bendecidas por el Señor, pero no formaban parte de las Escrituras.
Muchos de los que escribieron la Escritura, como Moisés y Pablo, eran hombres altamente adiestrados en el conocimiento y la sabiduría humana, pero ese aprendizaje no fue la fuente de la verdad divina que registraron. David tenía altas dotes de poeta y, en verdad, ese talento se refleja en la belleza de sus salmos, pero no era ésta la fuente de las verdades divinas reveladas en sus escritos.
Primero de todo y por encima de todo, la Escritura proviene de Dios y es sobre Dios, es Su revelación a la humanidad caída. Desde Génesis hasta Apocalipsis, Dios revela Su verdad, Su carácter, Sus atributos y Su plan divino para la redención del hombre, al cual hizo a Su propia imagen. Incluso predice la redención futura del resto de Su creación, que “será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora” (Ro. 8:21-22).
La Biblia no es una colección de la sabiduría e ideas de los hombres, ni siquiera de los hombres piadosos. Es la verdad de Dios, Su propia Palabra en Sus propias palabras. El salmista declaró: “Tu palabra, Señor, es eterna, y está firme en los cielos” (Sal. 119:89). La Palabra de Dios fue revelada a los hombres en la tierra y autenticada directamente desde el cielo. Pedro declara sin equívocos: “Entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 P. 1:20-21). Esas palabras dadas por Dios y registradas por humanos se convirtieron en la Palabra escrita de Dios, infalible y autoritativa en la manera en que se dio originalmente. Prophēteia (profecía) no se usa aquí en el sentido de predicción, sino en el significado básico y más amplio de hablar el mensaje, de proclamarlo. Conlleva la misma idea inclusiva de “las palabras mismas de Dios” que, en un privilegio maravilloso, se confiaron al antiguo Israel (Ro. 3:2). “Interpretación” (2 P. 1:20b) se traduce epilusis, que se refiere a algo lanzado, emitido, enviado. En este versículo, el sustantivo griego es un genitivo de fuente, con lo cual indica origen. En otras palabras, ningún mensaje de la Escritura tuvo su origen y fue emitido por la sabiduría y voluntad de los hombres. En su lugar, los hombres fieles a través de los cuales se reveló y registró la Escritura recibieron instrucción divina y la ejecutaron por obra del Espíritu Santo.
Dentro de la Biblia, “Dios” y “Escritura” se usan a veces casi de manera intercambiable. En referencia a las Palabras que Dios le habló directamente a Abraham (Gn. 12:3), Pablo escribió: “La Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones”. Más adelante, en el mismo capítulo, el apóstol vuelve a personificar las Escrituras con Dios, declarando: “La Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes” (v. 22). Pablo escribió en su carta a la iglesia de Roma: “Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti Mi poder, y para que Mi nombre sea anunciado por toda la tierra” (Ro. 9:17).
Cuando el apóstol predicó por primera vez en Galacia, muchos años antes de escribir su carta a las iglesias del lugar, declaró:
Y nosotros también os anunciamos el Evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres Tú, Yo te he engendrado hoy. Y en cuanto a que le levantó de los muertos para nunca más volver a corrupción, lo dijo así: Os daré las misericordias fieles de David. Por eso dice también en otro salmo: No permitirás que Tu Santo vea corrupción (Hch. 13:32-35).
Pgs. 139 – 142