miércoles, 6 de diciembre de 2017
Esposas, casamiento y sumisión
(Efesios 5)
Del Comentario
Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, (5:22a)
Aquí la palabra casadas no tiene un calificativo, así que se aplica a todas las esposas cristianas sin distinción por clase social, educación, inteligencia, madurez espiritual o talentos y dones, edad, experiencia o cualquier otra consideración. El cumplimiento del mandato tampoco depende de la inteligencia de su esposo, ni de carácter, actitud, condición espiritual o cualquier otra consideración. Pablo dice de manera categórica a todas las esposas creyentes: estén sujetas a sus propios maridos.
Como se indica con cursivas en algunas traducciones, estén sujetas no se encuentra en el texto original, pero es porque ese significado proviene del versículo 21. La idea es: "Someteos unos a otros en el temor de Dios [y, como un primer ejemplo], las casadas... a sus propios maridos". Como se explicó en el capítulo anterior, hupotasso significa renunciar a los derechos individuales, y la voz media del griego (usada en el v. 21 y por extensión implícita en el v. 22), hace énfasis en la sumisión voluntaria de uno mismo. El mandato de Dios se dirige a quienes deben someterse. Es decir, la sumisión debe ser una respuesta voluntaria a la voluntad de Dios en el sentido de renunciar a los derechos independientes y propios para someterse a otros creyentes en general y a la autoridad ordenada en particular, en el caso de las esposas, sus propios maridos.
Debe advertirse que a la esposa no se le manda obedecer (hupakouo) a su esposo, como los niños deben obedecer a sus padres y los siervos a sus amos (6:1, 5). Un esposo no debe tratar a su esposa como a un empleado o como a un hijo, sino como a un ser igual del cual Dios le ha asignado la responsabilidad de cuidar, proveer y proteger, y cuyo ejercicio debe realizar en amor. Ella no le pertenece para recibir órdenes y responder a todos sus caprichos y órdenes. Como Pablo procede a explicar en detalle considerable (vv. 25-33), la responsabilidad primordial del esposo como cabeza del hogar es amar, proveer, proteger y servir a su esposa y su familia, no enseñorearse de ellos de acuerdo a sus antojos y gustos personales.
La expresión sus propios maridos sugiere el carácter íntimo y mutuo de la sumisión de la esposa. De buena voluntad se hace sujeta a aquel quien ella posee como su propio marido (cp. 1 Co. 7:34). Esposos y esposas por igual deben tener un sentido mutuo de posesión así como una actitud mutua de sumisión. Se pertenecen el uno al otro en una igualdad absoluta. El esposo no posee a la esposa más de lo que ella le posee a él. Él no tiene superioridad y ella ninguna inferioridad, así como alguien que tiene el don de la enseñanza no es superior al que tiene el don de ayudar a otros. Una lectura cuidadosa de 1 Corintios 12:12-31 mostrara que Dios ha diseñado a cada persona para desempeñar un papel único en el cuerpo de Cristo, y la actitud constante y activa que gobierna todos esos papeles y su empalme y mezcla es "un camino aún más excelente", el del amor (cap. 13).
Como sucede con los dones espirituales, las distinciones entre las posiciones de cabeza y sumisión son por entero funcionales y fueron ordenadas por Dios como tales. Como consecuencia de la desobediencia de Eva al mandato de Dios y porque no consultó con Adán acerca de la tentación de la serpiente, Dios le dijo: "tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti" (Gn. 3:16). El deseo del que aquí se habla no es sexual ni psicológico porque antes de la caída Eva los tenía ambos hacia Adán como su ayuda idónea que Dios creó de manera especial y única para ella. Se trata del mismo deseo del que se habla en el capítulo siguiente, donde se emplea la misma palabra hebrea (teshüqii). El término proviene de una raíz árabe que significa compeler, empujar, coaccionar, forzar, azuzar o tratar de controlar. El Señor advirtió a Caín: "el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo [de controlar], y tú te enseñorearás de él" (4:7, cursivas añadidas). El pecado quiso enseñorearse de Caín, pero Dios mandó a Caín que se enseñoreara del pecado. Por ende, a la luz de este significado contextual tan cercano del término teshüqii, la maldición sobre Eva fue que el deseo de la mujer sería de allí en adelante usurpar el lugar del hombre como cabeza, y que como resultado el hombre resistiera ese deseo con la acción de enseñorearse de ella. La palabra hebrea que se traduce aquí "él se enseñoreará de ti" no es la misma que se emplea en 1:28, sino que más bien representaba una nueva clase de autoritarismo despótico que no estaba en el plan original del hombre como cabeza del hogar.
Con la caída y su maldición vino la distorsión de la sumisión apropiada de la mujer y de la autoridad apropiada del hombre. Fue el comienzo de la guerra de los sexos, el surgimiento de la liberación femenina y el chauvinismo masculino. Las mujeres tienen una inclinación pecaminosa hacia usurpar la autoridad de los hombres, y los hombres tienen la inclinación pecaminosa de poner a las mujeres bajo sus pies. El decreto divino según el cual el hombre se enseñorearía de la mujer de tal modo fue parte de la maldición de Dios sobre la humanidad, y se requiere una manifestación de gracia en Cristo mediante la llenura del Espíritu Santo para restaurar el orden y armonía originales de la creación, para volver a la sumisión correcta y necesaria en una relación que siempre ha sido corrompida y trastornada por el pecado.
Dios creó a Eva del costado de Adán y ordenó que fuese su ayuda idónea, como Adán mismo testificó con la bella expresión: "hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Gn. 2:22-23). La maldición de Dios no cambió su plan básico sobre el carácter mutuo de la relación matrimonial o para la autoridad funcional del esposo sobre la esposa. El hombre fue creado primero y en términos generales también fue creado para ser más fuerte en un sentido físico y emocional que la mujer, quien es "vaso más frágil" (1 P. 3:7). Tanto antes como después de la caída y la maldición consecuente, el hombre fue llamado a ser el proveedor, protector, guía y apacentador de la familia, y la mujer llamada a serie de apoyo en sumisión.
En un pasaje paralelo a Efesios 5:22, Pablo dijo: "Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor" (Col. 3:18). Aquíaneko (como conviene) se empleaba algunas veces para referirse a una obligación legal, como en Filemón 8, donde Pablo lo usa con referencia a una propiedad legal. La palabra se refiere a todo aquello que es la norma aceptada de la sociedad humana.
Cualquier sociedad que haya tomado en cuenta la naturaleza obvia de las mujeres o la Palabra de Dios, ha diseñado sus mejores leyes en línea con las leyes divinas. La legislación contra el homicidio tiene como fuente los diez mandamientos, al igual que las leyes contra el robo, el adulterio, el perjurio, y demás. La sumisión de la esposa a su esposo es un principio divino que se ha reflejado hasta cierto grado en los códigos legales de la mayoría de las sociedades.
Durante los últimos siglos la sociedad occidental se ha visto bombardeada con la filosofía humanista e igualitaria de una sociedad sin sexos ni clases, y que se constituyó en la fuerza propulsora detrás de la revolución francesa. El desleimiento y aun la eliminación total de todas las distinciones humanas sigue siendo una estrategia utilizada por Satanás para menoscabar la autoridad legítima y ordenada por Dios en todas las áreas de la actividad humana, en el gobierno, la familia, los establecimientos educativos, e incluso dentro de la iglesia. Nos vemos atacados por los conceptos impíos y ateos de la independencia suprema del hombre frente a toda ley y autoridad externa. Lo cierto es que tal filosofía se destruye a sí misma porque ningún grupo de seres humanos puede vivir de una manera ordenada y productiva si cada persona opta por hacer su propia voluntad.
Lo triste es que gran parte de la iglesia ha caído presa de esta filosofía humanista y ahora está dispuesta a reconocer la ordenación al ministerio de homosexuales, mujeres y otros a quienes la Palabra de Dios descalifica de manera específica para ejercer liderazgo en la iglesia. Se arguye por lo general que la enseñanza bíblica contraria los ideales igualitarios fue insertada por editores, escribas, profetas o apóstoles sectarios y recalcitrantes. Como resultado, la iglesia está cosechando el torbellino de confusión, desorden, inmoralidad y apostasía que siempre genera esa clase de dictamen arbitrario sobre la Palabra de Dios. Muchos intérpretes bíblicos operan con base en una hermenéutica guiada por filosofías humanistas contemporáneas y no por la autoridad absoluta de las Escrituras como la Palabra inerrante de Dios.
Pedro enseñó exactamente la misma verdad que Pablo en cuanto a la relación entre esposos y esposas. ''Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas [también de hupotasso] a vuestros maridos" (1 P. 3: 1a). La idea no es de servilismo o abyección, sino de funcionar por voluntad propia bajo el liderazgo del esposo. Pedro también recalcó el carácter mutuo de la posesión entre esposos y esposas, usando las mismas palabras de Pablo: "a vuestros maridos". Las esposas deben someterse aun cuando sus esposos "no creen a la palabra, [para que] sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa" (vv. lb-2). En lugar de importunar, criticar y predicar a su esposo, una esposa debería simplemente darle un buen ejemplo de vida piadosa, mostrándole el poder y la belleza del evangelio por medio del efecto que ha tenido en su propia vida. La humildad, el amor, la pureza moral, la amabilidad y el respeto son los medios más poderosos que una mujer tiene disponibles con el fin de ganar su esposo para el Señor.
Cuando el interés primordial de la esposa se centra en esas virtudes internas, ella no tendrá que preocuparse con mantener un "atavío... externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos". Más bien su concentración estará enfocada en "el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios" (1 P. 3:3-4; cp. 1 Ti. 2:9-10).
La sociedad moderna ha elevado la moda casi al punto de la idolatría. Las tiendas de ropa, la publicidad en periódicos y revistas, y los comerciales de televisión son como pancartas gigantes que proclaman de continuo: "codiciemos la indumentaria". Joyas y accesorios caros y casi siempre ostentosos tanto para hombres como mujeres, se están haciendo cada vez más prevalecientes como un medio para hacer alarde de la prosperidad material y glorificar el ego. Todo el tiempo estamos siendo espoleados para poner nuestros cuerpos y atuendos en la pasarela
La Biblia no prohíbe el arreglo cuidadoso y la vestimenta atractiva. El desarreglo y el descuido de la apariencia física no son virtudes. Proverbios 31 elogia a la "mujer virtuosa" que trabaja con diligencia y "se hace tapices; de lino fino y púrpura es su vestido" (vv. 10, 22). No obstante, la vestimenta extravagante que se porta con el objetivo de hacer alarde de opulencia o acaparar la atención en nosotros mismos es una expresión de orgullo, la raíz de todos los demás pecados. Es algo contrario a la actitud humilde y abnegada de sumisión que debería caracterizar a todo cristiano, y además es destructivo.
La preocupación de los creyentes debería ser con respecto al atavío espiritual del interior, "el del corazón", y no con el adorno físico del exterior. El "espíritu afable y apacible" de la esposa que viene como resultado de la obediencia al control del Espíritu es "incorruptible" y "de grande estima delante de Dios" (1 P. 3:4). La palabra griega que se traduce "de grande estima" es poluteles y se aplica solo a cosas de un valor extraordinario. Es el término que se emplea con referencia al "vaso de alabastro de perfume de nardo puro de mucho precio" con el que la mujer de Betania ungió los pies de Jesús (Mr. 14:3). Dios no se impresiona con el oro, las piedras preciosas y los vestidos de moda, sino con la mujer que es genuina en su humildad, sumisión, afabilidad y apacibilidad.
En el movimiento feminista, así como en grupos menos extremistas, vemos mujeres que arengan vociferantes sus ideas, opiniones y derechos casi en todas las cuestiones, y muchas veces en nombre del cristianismo. Aun en aquellos casos donde su postura básica es bíblica, con frecuencia su manera de defenderla no lo es. Dios excluye a las mujeres de manera específica del ejercicio dominante de un liderazgo sobre los hombres en la iglesia y en el hogar, y sea cual sea en ambas esferas el grado de su influencia directa, la cual de hecho puede tener un gran poder y significado, esta debe ejercitarse por medio del ánimo y el apoyo.
La santidad siempre ha sido el interés preponderante de las mujeres piadosas. "Porque así también", prosigue Pedro a explicar, "se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos; como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza" (1 P. 3:5-6). Así como Abraham fue el padre simbólico de los fieles (Ro. 4:11, 16), su esposa Sara fue la madre simbólica de los sumisos. Puesto que Sara no tenía temor de obedecer a Dios, tampoco tenía temor de lo que su esposo o cualquier otra persona o circunstancia pudiera hacerle. Dios se hará cargo de las consecuencias cuando sus hijos son obedientes a Él.
La Mishná, que es la codificación antigua de ley y tradición judía, refleja las creencias y normas judías prevalecientes que eran aceptadas en el tiempo de Jesús. Describe como deberes de la esposa moler la harina, cocer el pan, cocinar, alimentar a los hijos, hilar, lavar la ropa, y otras labores domésticas típicas. La responsabilidad del esposo era suministrar comida, vestido, zapatos y demás. Con frecuencia daba a su esposa cierta cantidad de dinero cada semana para sus gastos personales. Muchas mujeres trabajaban con sus esposos en los campos o en un oficio, como fue el caso de Aquila y Priscila (Hch. 18:2-3). Se permitía que una esposa trabajara en artesanías u horticultura en el hogar y que vendiese los frutos de su labor. Las ganancias se utilizaban para complementar el ingreso familiar o como un dinero propio que ella podía gastar o invertir. No obstante, si trabajaba aparte de su esposo en la plaza de mercado o en un oficio, se consideraba que traía mala reputación a su familia. Además de sus labores domésticas y un posible trabajo con su esposo, la esposa también era responsable de preparar a los hijos para ir la escuela (y con frecuencia los llevaba ella misma para asegurar que no faltaran), atender a huéspedes y hacer obras caritativas. En todo momento debía ataviarse de una manera adecuada, tanto por modestia como por mantener un aspecto agraciado. La esposa que con fidelidad cumplía sus responsabilidades era tenida en gran estima por su familia, la sinagoga y la comunidad en general.
Aprendemos con base en la experiencia de Pablo que algunas de las mujeres en la iglesia de los corintios, quizás trastornadas por las feministas locuaces e influyentes de la ciudad, habían empezado a salir en público sin llevar puesto el velo. El Nuevo Testamento no prescribe que todas las mujeres deban llevar velos. Aunque parece haber sido la norma en Corinto (cp. 1 Co. 11:4-6), no existe razón para suponer que las mujeres cristianas en todo el resto de las primeras iglesias usaran velos. Parece que en Corinto las únicas mujeres que por tradición no usaban velo en público eran prostitutas o feministas, y ambos grupos no tenían respeto a Dios ni a la institución familiar. En esa cultura el velo en la cabeza era una señal de corrección moral y de sumisión, así que el simple hecho de no llevarlo puesto era un síntoma de inmoralidad y rebeldía. En esas circunstancias culturales específicas, Pablo aconsejó a "toda mujer que ora o profetiza" que mantuviera su cabeza cubierta (1 Co. 11:5), a fin de no ser consideradas como rebeldes en contra del principio de sumisión ordenado por Dios. Pablo no estableció aquí un modo permanente o universal de vestimenta para las mujeres cristianas, sino que reforzó el principio de que nunca debían dar a la sociedad ni el más mínimo indicio de rebelión o inmoralidad. (Para una discusión más completa sobre este pasaje importante, véase en esta serie el comentario del autor sobre Primera de Corintios [Chicago: Moody, 1984], pp. 251-63.)
En su carta a Tito, Pablo enseña: "Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien; que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas [hupotasso] a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada" (2:3-5). Las mujeres cristianas de mayor edad no solo deben ser reverentes y evitar la chismería y la bebida en exceso, sino que deben dedicarse de manera activa a enseñar a las mujeres más jóvenes. Las ancianas deben enseñar a las más jóvenes los requisitos y prioridades de la feminidad cristiana, de forma especial con relación a sus esposos e hijos. Esposos y esposas por igual tienen el mandato divino de amarse mutuamente y de amar a sus hijos. El no obedecer esos mandatos claros es deshonrar la Palabra de Dios.
En nuestra época existe una gran necesidad de que las esposas jóvenes sean "cuidadosas de su casa". Una de las tragedias de la familia moderna es que muchas veces ninguno de los padres se queda en casa. Existen más de cincuenta millones de madres trabajadoras en los Estados Unidos (y la cifra va en aumento), de las cuales por lo menos dos tercios tienen hijos en edad escolar.
La expresión "cuidadosas de su casa" en Tito 2:5 proviene del verbo griego compuesto oikourgos, que se deriva de oikos (casa) y de una variación de ergon (obra). Ergon, sin embargo, no se refiere simplemente a trabajo en general sino que a menudo connota la idea de un trabajo o empleo particular. Es la palabra que Jesús utilizó cuando dijo: "Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra" (Jn. 4:34, cursivas añadidas), y en otra ocasión: "Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese" (17:4, cursivas añadidas). Es la palabra que el Espíritu Santo empleó al mandar en la iglesia de Antioquía: "Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado" (Hch. 13:2, cursivas añadidas). Pablo empleó la palabra al hablar de Epafrodito, quien "por la obra de Cristo estuvo próximo a la muerte" (Fil. 2:30, cursivas añadidas), y con relación a la obra de los líderes cristianos fieles de Tesalónica (1 Ts. 5:13). En otras palabras, no se trata de que una mujer se mantenga ocupada en el hogar, sino que el hogar es el lugar básico de su empleo, es el trabajo que ha recibido por asignación divina.
En su primera carta a Timoteo, Pablo manda "que las viudas jóvenes se casen, críen hijos, gobiernen su casa; que no den al adversario ninguna ocasión de maledicencia" (5:14). La mujer debe ser quien gobierna el hogar porque su trabajo por asignación divina es cuidar de su esposo e hijos. La norma de Dios es que la esposa y madre trabaje dentro, no fuera de la casa. Que una madre consiga un trabajo fuera de la casa con el fin de poder enviar los hijos a una escuela cristiana, es una tergiversación del papel que el esposo tiene como proveedor, así como del deber que ella tiene para con la familia. La buena educación que sus hijos reciban en la escuela se verá contraatacada por su falta de compromiso pleno con las normas bíblicas para la vocación maternal.
Además de tener menos tiempo para trabajar en el hogar, enseñar a sus hijos y cuidar de ellos, una esposa que trabaja por fuera de la casa con frecuencia tiene un jefe al cual es responsable de complacer con su apariencia física y otras cuestiones, complicando de manera innecesaria la relación con su esposo como cabeza del hogar. Se ve forzada a someterse a otros hombres además de su propio esposo y también es probable que se vuelva más independiente en muchos sentidos, incluso el económico, con lo cual contribuye a la fragmentación de la unidad familiar. También se pone en peligro de sucumbir a la seducción del mundo de los negocios y a sentirse cada vez menos satisfecha con el cumplimiento de sus responsabilidades en el hogar.
Uno de los grandes atractivos de muchas sectas para la gente joven es el prospecto de vivir en un grupo similar a una familia, en el que sienten la aceptación y el amor que nunca recibieron en su hogar, debido con frecuencia a la ausencia de la madre. Muchos estudios han demostrado que la mayoría de los niños que crecen en hogares donde la madre trabaja son menos seguros que aquellos cuyas madres siempre están en casa. Su presencia allí, incluso cuando el niño está en la escuela, es para ellos una firme ancla emocional. Las madres trabajadoras contribuyen a la delincuencia y un sinfín de otros problemas que conducen a la decadencia de la familia y de la generación siguiente. Esto no quiere decir que de forma automática o categórica las madres que se quedan en el hogar sean más responsables o espirituales que aquellas que trabajan. Muchas madres que nunca han trabajado fuera de su casa han hecho muy poco para fortalecer o bendecir el hogar. Los chismes, el desperdicio de tiempo en telenovelas indecentes e inmorales, y muchas otras cosas pueden ser tan destructivas como el trabajo lejos del hogar. Lo cierto es que la única oportunidad que una mujer tiene para cumplir a plenitud el plan de Dios para su vida como esposa y madre se encuentra en el hogar.
Ni siquiera se espera que las viudas o las mujeres cuyos esposos las han abandonado dejen su campo de acción y sus hijos para trabajar fuera del hogar. Pablo declaró: "si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo" (1 Ti. 5:8). La referencia se aplica a la familia extensa e inmediata de un hombre cristiano, y en el contexto tiene que ver en particular con las viudas. Si una mujer no tiene esposo ni recursos financieros propios, sus hijos o nietos deben encargarse de su cuidado (v. 4). Si no tiene hijos de edad suficiente para sostenerla, los otros hombres en su familia tienen esa obligación (v. 8). Si no tiene parientes varones que la respalden, una mujer de la familia que tenga recursos adecuados debe cuidar de ella (v. 16a). Si no tiene parientes hombres o mujeres, o si los tales son incapaces o no están dispuestos a mantenerla, la iglesia está en la obligación de asumir su cuidado (v. 16b). El principio básico es que debería ser cuidada por otros creyentes y no verse obligada a sostenerse a sí misma con un trabajo fuera del hogar. En los últimos momentos de su vida, estando en la cruz del Calvario, Jesús tomó el tiempo necesario en medio de su agonía para asegurar que su madre viuda quedase bajo el cuidado de Juan (Jn. 19:26-27).
Las viudas que tenían más de sesenta años y habían demostrado su fidelidad como esposas y madres, siendo conocidas por sus buenas obras y su servicio al prójimo y a hermanos cristianos, eran incluidas en la lista oficial de viudas (1 Ti. 5:9-10). Por fuentes extrabíblicas nos enteramos de que las viudas en esta lista eran sostenidas del todo por la congregación local y servían a la iglesia en ministerios oficiales como parte integral del personal eclesiástico.
Sin embargo, las viudas más jóvenes no debían colocarse en esa lista. Era más probable que ellas se enamoraran de nuevo y quisieran casarse otra vez, dejando así de cumplir su compromiso con el ministerio (vv. 11-12). También estarían más inclinadas a la pereza y a volverse "no solamente ociosas, sino también chismosas y entremetidas" (v. 13). En consecuencia, ellas debían ser alentadas a que "se casen, críen hijos, gobiernen su casa; que no den al adversario ninguna ocasión de maledicencia", como algunas de ellas ya lo habían hecho desviándose en pos de Satanás, quizás con pecado sexual o en un matrimonio mixto (vv. 14-15).
Desde sus inicios, la iglesia primitiva reconoció la prioridad que constituía su obligación de proveer para las viudas. Con el fin de cuidar de ellas con mayor cuidado y equidad, los apóstoles designaron a los primeros diáconos, "a quienes encarguemos de este trabajo" (Hch. 6:3). Los elegidos fueron unos de los hombres más piadosos y mejor preparados en la iglesia de Jerusalén, entre ellos Esteban y Felipe.
Si una mujer todavía tiene hijos en la casa, su obligación primordial es para con ellos. Si no tiene hijos o ya han crecido, tiene la responsabilidad de enseñar a las mujeres más jóvenes e impartirles el conocimiento y la sabiduría que ha adquirido en su propio andar con el Señor. Debería invertir su tiempo enseñando a mujeres jóvenes tanto como enseñó a sus propios hijos. Como una influencia piadosa que trabaja tanto dentro como fuera de su hogar, ella de ese modo puede dejar un legado espiritual a generaciones sucesivas, que trasciende la influencia inmediata que tuvo en su propia familia.
Algunas mujeres cristianas no tienen otra opción que trabajar porque no cuentan con un proveedor en la familia y su iglesia no está dispuesta a ayudarles, pero la gran mayoría de las mujeres que trabajan fuera del hogar lo hacen por alguna necesidad imaginaria de realización personal o de ingresos adicionales para elevar sus condiciones de vida, antes que proveer para las necesidades de la familia. Muchas madres jóvenes le dejan a niñeras sus bebés de tres o cuatro meses de nacidos, con el objeto de volver a trabajar y ganar más dinero, o por la simple razón de eludir las responsabilidades en el hogar. Algunas iglesias, escuelas y otras instituciones cristianas patrocinan esa práctica porque ofrecen servicios de guardería durante toda la semana para madres trabajadoras.
Si el estilo de vida que una familia tiene no se puede mantener sin que la esposa trabaje fuera de la casa, esa familia debería considerar con mucho cuidado si su estilo es la voluntad de Dios para ellos, y asegurarse de no confundir los beneficios económicos de lo que han supuesto correcto, con la bendición que Dios trae. El gran número de mujeres trabajadoras no solo ocasiona daños al hogar sino también a la economía, porque contribuye a la inflación y a la pérdida de puestos de trabajo que de cualquier modo los hombres podrían ocupar.
Tal como sucede con la ingestión de bebidas alcohólicas, la Biblia no prohíbe de manera específica que una esposa trabaje por fuera del hogar, pero las prioridades bíblicas son tan claras que solo pueden ser obedecidas o rechazadas abiertamente, y cada mujer debe elegir la manera como habrá de honrar esas prioridades.
Cuando Samuel era tan solo un infante, su padre Elcana quiso que su madre llevara al niño y subiera con el resto de la familia para ofrecer sacrificios en Jerusalén. No obstante, su madre Ana respondió: "Yo no subiré hasta que el niño sea destetado, para que lo lleve y sea presentado delante de Jehová, y se quede allá para siempre" (1 S. 1:21-22). A pesar de la importancia del sacrificio anual, ella sabía que su responsabilidad primordial en aquel momento era cuidar de su bebé. Al darse cuenta de que sus prioridades eran correctas, Elcana respondió: "Haz lo que bien te parezca; quédate hasta que lo destetes; solamente que cumpla Jehová su palabra" (v. 23).
La mujer industriosa y talentosa que tiene tiempo y energía después de atender sus responsabilidades hogareñas, puede canalizar esos recursos adicionales en muchas áreas de servicio que no la mantengan alejada del hogar durante todo el día. La esposa piadosa de Proverbios 31 cuidaba de su esposo e hijos, hacía compras con diligencia, supervisaba diversos negocios y asuntos financieros, ayudaba a los pobres, daba ánimo y consejos sabios, era una buena maestra y la respetaban en gran manera su esposo, sus hijos y la comunidad (vv. 10-31). No obstante, ella hacía todas esas cosas desde su hogar como el centro básico de operaciones. Con los medios de comunicación y transporte modernos así como otros incontables recursos que la mujer de Proverbios no tenía, las mujeres cristianas en la actualidad cuentan con muchas más oportunidades para ejercer un servicio productivo, beneficioso y satisfactorio, sin sacrificar la prioridad de sus hogares.
Pg. 341-351
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