Del Comentario
El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno. (Romanos 12:9)
El uso de ágape (amor) era raro en la literatura griega pagana, sin duda alguna debido al concepto que representaba: una devoción sin egoísmo donde la persona que ama se da a si misma por voluntad propia. Esta clase de amor era tan poco común en esa cultura que aún se ridiculizaba y menospreciaba como un indicio de debilidad. Por otro lado, en el Nuevo Testamento es proclamado como la virtud suprema, la virtud que encierra a todas las demás. El amor ágape se centra en las necesidades y el bienestar de la persona amada y está dispuesto a pagar cualquier precio personal que sea necesario pagar para satisfacer esas necesidades y garantizar ese bienestar.
Dios mismo es "amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él" (1 Jn. 4:16). Jesús declaró sin lugar a equívocos que tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento los mandamientos más grandes son: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente" y "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mt. 22:37-39). De hecho, Él dijo enseguida: "De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas" (v. 40). El pastor Pablo hizo eco de esa misma verdad en la amonestación que hace más adelante a los romanos: "No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley" (Rom. 13:8; cp. v. 10).
El amor es más importante para un cristiano que cualquier don espiritual que pueda tener. "Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor", explicó Pablo a los creyentes corintios, "pero el mayor de ellos es el amor" (1 Co. 13:13; cp. 12:31). Por esa razón, no es sorprendente que el primer componente en el fruto del Espíritu sea el amor (Ga. 5:22), y que sea por nuestro amor hacia los hermanos en la fe que todos conocerán que somos discípulos de Jesús (Jn. 13:35). Pablo oró por los creyentes tesalonicenses con estas palabras: "Y el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos" (1 Ts. 3:12; cp. 1 Jn. 3:18). En medio de todo el sufrimiento que padeció "en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias; en azote, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos", Pablo mismo sirvió al pueblo del Señor "en el Espíritu Santo, en amor sincero" (2 Co. 6:4-6).
Es ese mismo amor sincero entre unos y otros que Pedro amonestó a todos los creyentes para que exhibieran en sus vidas: "Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro" (1 P. 1:22). Más adelante en la misma carta, el apóstol repite el mandato: "Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados" (1 P. 4:8). El amor genuino es una parte tan integral de la vida sobrenatural que Juan declara: "Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte" (1 Jn. 3:14). En otras palabras, una persona que no muestre evidencia alguna de amor ágape carece de todo argumento para afirmar que tiene a Cristo o la vida eterna.
A una mujer judía que vivía cerca de nuestra iglesia le fue negada una consejería matrimonial en su sinagoga porque según ellos no había cumplido todos los requisitos. Estaba furiosa y determinada a buscar ayuda en la institución religiosa más cercana. En cierta ocasión, caminó frente a nuestra iglesia un domingo por la mañana y en muy poco tiempo terminó dentro del templo. Según explico después, ese día fue atraída a su Mesías y Salvador porque pudo sentir el gran amor que los miembros de nuestra iglesia manifestaban los unos por los otros.
El amor del que Pablo, Pedro y Juan hablan es un amor genuino, el amor sincero y ferviente que es libre por completo de toda hipocresía y fingimiento ya que no está manchado por el egocentrismo. El amor cristiano es puro, nunca es solapado ni postizo.
El fingimiento es la antítesis del amor ágape y es del todo incompatible con todas sus manifestaciones. Es imposible que ambos existan al mismo tiempo en la misma persona. El fingimiento es superado en maldad solo por la incredulidad. El hipócrita que demostró mayor fingimiento en la Biblia fue Judas, quien también fue un egoísta consumado. Él fingió devoción a Jesús para lograr sus propios fines egoístas. Su hipocresía fue desenmascarada y su egocentrismo se hizo evidente cuando traicionó a Jesús por treinta monedas de plata. En su comentario sobre este versículo de Romanos, el teólogo John Murray escribió: "Si el amor es la suma de la virtud y la hipocresía es la epítome del vicio, es una contradicción evidente que las dos cosas estén lado a lado".